El diario de Noa: capítulo 34º

La situación desde luego no podía ser más kafkiana (los dos fingiendo que yo estaba dormida) pero ¿acaso no todas las fantasías son inverosímiles, absurdas y kafkianas? Lo cierto es que me daba igual. Y por supuesto a él tampoco le importaba. Era solo un simple e inocente juego que nos satisfacía a ambos y del que disfrutábamos por igual. En determinados momentos Rafa me pareció un poco asustado y temeroso de lo que estaba haciendo, como con miedo de meter la pata, pero eso incluso añadía más morbo a la situación.

Sus caricias se concentraron principalmente en mi pelo, pues aunque me acariciaba la cara siempre volvía a mi pelo, peinándolo con sus dedos y saboreando el momento. Una de los mimos que más me gustó fue cuando dibujó con sus dedos pequeños circulitos por detrás de mis orejas, fueron unos arrumacos repletos de ternura y sensibilidad. ¿Quién iba a decir eso de Rafa? Desde luego los chicos como pueden llegar a sorprender y a diferir tanto su comportamiento ante los demás con lo que luego muestran en la intimidad.

Era inevitable (en parte yo también lo estaba deseando) que sus caricias pasasen tímidamente de mi cara a mi cuello. Eso me estremeció. Sentí un escalofrio porque nunca te esperas que pase a acariciarte el cuello, aunque lo haga con tacto y mimo. De todos modos enseguida volvió al pelo y a enredar con él. Poco a poco, con una lentitud que me exasperaba pero que al mismo tiempo me encantaba, fue jugando tanto con mi cuello como con el cuello de mi camisa. Cogía el cuello de mi camisa y en plan fetichista jugaba con él. ¿Cuánto tiempo llevaría deseando tocar y acariciar el cuello de mi camisa? Seguro que mucho, por no hablar las tres semanas que llevaba anhelándome en su fuero interno.

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