El diario de Noa: Capítulo 116º

Las embestidas de Edu cada vez fueron más rápidas, fuertes, violentas y agresivas. Yo noté incluso, dentro de mí, cómo le crecía un poco más el pene y como estaba a su máxima potencia. Estaba dando todo lo que tenía dentro, toda la fuerza, intensidad y entrega en cada embestida. Fue pasión y ardor en estado puro. Fue un manantial inagotable de placer y más placer, hasta el punto de que, cuando quise darme cuenta, yo también estaba moviendo mis caderas para obtener por mi misma más placer todavía. No me lo podía creer. Estaba follando por primera en mi vida. Estaba haciendo el amor por primera vez en mi vida. Estaba echando mi primer polvo. Y con Edu. Tenía que ser con Edu. Siempre había sido Edu el dueño y amo de mis pensamientos. Todo estaba coordinado y planificado desde hace años para que esto fuese una realidad. Y Allí estábamos como dos locos follando por primera vez a un ritmo endiablado, con una energía brutal y descargando toda la pasión adolescente que ambos teníamos dentro. Por fin estaba quedando saciado todo el deseo acumulado que ambos nos provocamos a lo largo de los años.

En estos momentos de sexo sin concesiones, de sexo brutal y de querer follar hasta matarnos de éxtasis el uno al otro no pude evitar pensar en todo lo que ocurrió a los 14 y 15 años. Incluso en mis pensamientos se mezclaron imágenes de aquellas dos noches y de que incluso, a pesar de nuestra corta edad de entonces, también follábamos con el mismo ímpetu, ganas e ilusión que ahora. No sé cuánto tiempo estuvimos haciendo el amor. No sé si fueron minutos u horas. Solo sé que cada segundo fue como una hora y que yo lo disfruté muchísimo, más de lo que nunca pude haber imaginado. Allí estaba por fin consumiéndose el proceso iniciado tres años antes cuando me hice la dormida a los 14 años. El destino se estaba portando de maravilla y por fin nuestros cuerpos se fundieron en uno solo donde el calor, la pasión y la entrega se dio lugar. Fue un torrente desbocado de desenfreno y entrega total. Fue ardientemente arrebatador y sobrecogedor. Puede que todo fuese físicamente muy doloroso pero mereció la pena, vaya que sí mereció la pena. Tenía que ser así, sería una noche que ninguno de los dos olvidaría jamás.

En un momento determinado vi a Edu ponerse pálido y compungido, como aterrado, las embestidas disminuyeron su ritmo y la palidez de Edu aumentó considerablemente. Puso tensa la espalda, respiró con dificultad, y con una cara de inmensa contención se separó bruscamente de mí como si le estuviese quemando o haciendo daño. El motivo era obvió: una décima de segundo después empezó a expulsar semen sin parar en el suelo al lado de la cama. No puedo ni decir el muchísimo semen que echó. Fue empezar y no parar. Venga a echar semen a borbotones durante al menos 40 segundos. Ahí debía haber al menos más de medio litro, era una pasada, algo inconcebible. Cuando terminó de echar todo el semen acumulado que tenía dentro se tiró encima de la cama bocarriba como si se hubiese desmayado. Estaba extasiado y exhausto. Estaba derrotado y casi no podía ni mantener los ojos abiertos. Estaba completamente ido y tuvo que cerrar los ojos hasta que consiguió que su respiración volviese a unas pulsaciones normales. Tenía el pene totalmente ensangrentado y eso me hizo mirarme enseguida mi entrepierna para confirmar que era producto de estar desvirgada. Estaba yo sangrando aunque no en gran cantidad, solo un poco, y como aún tenía puestas las braguitas pues no manchaba casi nada. Miré a Edu de forma cariñosa y dulce. Estaba agotada pero feliz. Por fin el gran día había llegado, a mis 17 años, 2 meses y 3 días había perdido mi virginidad con la persona a la que siempre anhelé y desee. No podía estar más satisfecha, complacida y feliz.

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