En este estado de dicha y extenuación era lógico que ambos nos quedásemos dormidos tras tantas emociones y experiencias. No sé cuándo dormí. Cuando me desperté eran casi las 11 de la noche y Edu se encontraba a mi lado completamente dormido. Me sentía rara. Me sentía extraña. Como si tuviese resaca de todo lo que había pasado y que todavía no lo había asimilado. Las imágenes se agolpaban en mi cabeza y no me daba tiempo a procesarlas todas. De repente, al verme desnuda, sentí pudor y me levanté. Empecé a recoger por todo el chalet la ropa, tanto mía como de Edu, que habíamos ido tirando cuando nos dejamos llevar por la lujuria y la pasión adolescente. Me vestí. No quería despertarle. Me gustaba verle desnudo dormir. Era tan mono y tan dulce que era una gozada contemplarle. Dejé que descansará unos minutos más. Al final, decidí ser responsable (pues al día siguiente había clase y teníamos que irnos ya antes de que mis padres se preocuparan) y le desperté. Su despertar fue algo brusco, como desorientado y aturdido, pero al verme sonrió y me besó en los labios. Al verme ya vestida bromeó diciendo: “Pero ¿por qué te has vestido? Ahora que me apetecía echar otro”. Ambos reímos por la ocurrencia. ¿O acaso no era una ocurrencia?
A la vuelta a casa en coche vinimos los dos muy callados y pensativos. De vez en cuando soltaba una mano del volante y me acariciaba la mano o la pierna. Todo muy tierno. Con mucha delicadeza y encanto. Enseguida llegamos. Es curioso como los kilómetros hasta el chalet a veces se hacía demasiado rápido y otros demasiado cortos. La despedida fue algo tenue. Ambos estábamos muy cansados y solo nos despedimos con un simple beso en los labios. Me dijo: “Mañana ya hablamos, ¿vale?”. Yo en plan condescendiente asentí y entré en casa. Me pegué una ducha rápida que me ayudo a higienizar tanto mi cuerpo como mi mente. No podía ni quería asumir ni asimilar todo lo que había ocurrido aquel histórico día. Ya tendría tiempo los siguientes días para irlo procesando todo y ser consciente de que había perdido mi virginidad por fin. Y que la había perdido solo con la persona que podía perderla. La persona a la que iba destinaba mi virginidad desde los 14 años. Me sentí más madura y adulta que nunca. Me sentí reconfortaba, satisfecha y muy complacida de cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Nunca planifiqué llegar tan lejos en nuestra primera cita oficial (si es que a esto se le podía llegar cita), pero no me arrepentía de todo lo que había pasado. Esa noche no creo que ni tardase 2 segundos en dormirme.
El día siguiente mejor no haber ido a clase, pues de nada me sirvió, ya que no pude atender ni 10 segundos seguidos. Estaba totalmente ida, embobada, atolondrada y sumida en mis pensamientos. Los hechos del día anterior se repetían machaconamente una y otra vez en mi mente. Los volvía a vivir y a disfrutar en mi cabeza. No era capaz de asimilar, procesar y entender todo lo que aconteció el día anterior. Era una pasada. Algo brutal y difícil de digerir. Todavía no era consciente que mi sueño obsesión se había hecho realidad y que lo culminamos magistralmente haciendo el amor. Mejor no podía haber sido. Todo salió redondo. Mi cuerpo me pedía el contárselo a mis amigas. Lo necesitaba. Pero siempre he protegido mi vida íntima y personal con un celo impresionante, con una privacidad absoluta y con un secretismo total. Cierto que esto era tan importante que merecía la pena contarse, pues es algo que solo pasa una vez en la vida y había que contarlo de manera espectacular. Por lo que fantasee imaginándome mil maneras distintas de contárselo y mil situaciones distintas donde contárselo.
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