El diario de Noa: capítulo 46º

Cuando llegó el siguiente sábado ya salí con total tranquilidad y naturalidad, curada de cualquier agobio con respecto a Rafa. Es más, ni siquiera me dijo nada ni me miró de manera especial. Se comportó como si nunca hubiera pasado lo de dos sábados antes. Eso me gustó. Pues yo quería una absoluta confidencialidad y privacidad con este tema y no deseaba que se enterase nadie y tampoco que Rafa me lo recordase con miradas picaronas o conversaciones de doble sentido. En ese aspecto sí que se portó genial. Incluso me relajé por completo en el botellón y nos divertimos todos muchísimos aquella noche que se caracterizó por mucho baile, cachondeo, risas y muy buen rollo.

Resultó tan satisfactorio ese fin de semana que salí con ganas el siguiente sábado. Y todo fue igual de genial entre toda la pandilla. Pero, en determinado momento de la noche se torció la cosa, pues Rafa se me acercó en un momento que estaba pidiendo en la barra y me preguntó: “Es cierto eso que has dicho antes en el botellón”. No sabía a qué se refería exactamente y le pregunté: “¿el qué?”. Él respondió tranquilamente: “eso de que tus padres y hermanos nunca van a tu chalet durante el Invierno, que solo van en Verano”. No sabía a dónde quería ir a parar por lo que asentí con un “pues sí”. A lo que él con una media sonrisa picaresca: “pues teniendo en cuenta que me acabo de sacar el carnet y tengo el coche de mi padre pues… ya sabes… saca tus propias conclusiones”. Me pareció ofensivo lo descarado que fue y como me lo soltó. Durante unos segundos me sentí humillada, como si me estuviese tratando como a una puta. Ni le contesté y me fui.

Le obvié y evité el resto de la noche. Le esquivé continuamente y no quise saber ya nada de él. Finalmente vi que se me acercó, yo me mantuve alerta y con las uñas afiladas a punto de estallar por si me volvía a decir algo tan ofensivo. No pudo ser más imprevisible las palabras que salieron de su boca: “perdona si antes te ofendí, lo siento de verás. Lo último que querría en esta vida es ofenderte y hacerte daño. Lo siento muchísimo. Solo lo dije porque el otro día me pareció que tanto tú como yo nos lo pasamos bien y por si querrías repetirlo algún día. Pero siempre de buen rollo y a tu ritmo. Solo quería hacerte feliz y complacerte como el otro día, solo eso. Te juro que no había malicia ni otro sentido en mis palabras de antes”. Sus ojos transmitían sinceridad y arrepentimiento de verdad. Me convenció completamente y hasta sentí haber sido tan brusca y malpensada antes. Solo pude decir: “me lo pensaré, ¿vale?”, a lo que él contesto: “está bien, pero ya sabes, sin mal rollo, si quieres pues genial, y sino pues no pasa nada”.

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