Siempre me encantó lo de desprender la camisa poco a poco del pantalón, pero nunca como hasta esa noche me excitó y fascinó tanto. Fue erotismo puro y duro. Tenía 17 años y había alcanzando en esa noche las cotas más altas de sensualidad conocidas por mí hasta entonces. El embobamiento de todo lo que estaba ocurriendo me embriagó y me relajé hasta tal punto que tarde unos segundos en darme cuenta que Rafa estaba besando mis pechos por encima de la camisa. Al principio besos tímidos y casi prohibidos, pero luego abriendo la boca como si se estuviese imaginando que se comía mis pezones. Mientras los besaba y chupaba no dejaba de tocármelos, acariciándomelos con mucha pasión y fuerza, casi como por instinto. Yo quería parar estas acciones porque nos estábamos desmadrando mucho, pero no fui capaz, aquella no era yo, era una mujer de 17 años disfrutando su sensualidad en todo su esplendor.
Rafa paró en seco. Su mirada denotaba un poco de agresividad mezclada con pasión frustrada. Me miró con un poco de rencor y tensión. Al final, su respiración fue cogiendo un ritmo normal y también cambió la expresión de su rostro hasta que consiguió forzar una sonrisa: “sí, lo cierto es que nos hemos desmadrado un poco, lo siento, pero es que ha sido todo tan…”. Yo terminé la frase: “intenso, la palabra es intenso”. A lo que él asintió y volvió a sonreír. No me podía quejar en absoluto de Rafa, estaba siempre siendo un caballero ateniéndose a las normas y a los límites que yo había impuesto, y que nunca había que sobrepasar.
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