El diario de Noa: capítulo 58º

Supongo que en plan egoísta, sumida en lo mío con Rafa, pensaba que yo era la única suficientemente madura para haberme montado esta discreto y secreta fantasía, y que nadie más se había planteado tener rolletes ni novietes. Que equivocada estaba. Sobre todo porque digamos que a partir de ese momento se abrió como la veda y todo el mundo empezó a emparejarse y a tener relaciones, algunas más serias y largas que otras, pero relaciones al fin y al cabo. Todo el mundo menos yo. Celosa de mi intimidad como he estado siempre nunca quise que nadie supiera mi numerito fantasioso con Edu ni con Rafa. Siempre fui la discreción personificada y mi vida sentimental/sexual no iba a ser del dominio público de nadie. Era cuestión de orgullo.

Pero, volviendo al tema de ese sábado cuando nos enteramos del noviazgo de Edu, no podía disimular que este hecho dejó una honda herida en mí. Más que herida fue como si se me llenase la cabeza de tantos pensamientos y emociones que no era capaz de procesarlos todos a la vez. Por eso, cuando fui al chalet al día siguiente con Rafa estaba como ida, distante, tocada y muy hundida en mis pensamientos, como en trance. No disfruté nada la fantasía. Ni siquiera me di cuenta de las cosas que me hizo pues mi cuerpo estaba allí pero mi mente estaba muy lejos. De hecho fui la persona más sosa, distante e indiferente del mundo. Me rondaban muchas preguntas en la cabeza como por ejemplo: “¿por qué no haberle pedido salir a Edu unas semanas antes?”. Él hubiera aceptado sin pensarlo y yo creo que seríamos muy felices. Pero claro, solo apreciamos las cosas cuando carecemos de ellas.

De vuelta a casa en el coche mi actitud callada, fría y distante no cambió. Incluso añadiría que me cabreaba todo esto y me frustraba cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Solo mis pensamientos dejaron de amartillarme sin piedad la cabeza cuando unas palabras de Rafa me sacaron de mi trance de reflexiones. Rafa empezó a decirme: “Oye, ante todo quiero pedirte disculpas de nuevo por lo del otro día. Jamás debí pedirte que te vistieras con esas cosas. Ese no es tu estilo y a mí ya sabes que me encanta como vistes siempre tan pija y clásica”. No dije nada, le miré con cansancio y tristeza, pensando en otras cosas (o más concretamente en otra persona) y muy distraída a todo lo que me estaba contando. Prosiguió hablando: “Pero he pensando en una fantasía que yo creo que los dos nos encantaría y que tampoco sería cambiar mucho tu forma de vestir”.

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