Andaba sumida yo en todas estas reflexiones cuando oí a Rafa golpeando la puerta del cuarto de baño al mismo tiempo que decía: “¿te falta mucho?”. Yo seguía con la bolsa en la mano, sumergida en mis pensamientos y reflexiones ajena al tiempo que había pasado. Contesté de forma casi mecánica: “no, no, ya salgo, un minuto”. Me sentí de nuevo con ilusión y entusiasmo, me sentí con ganas y presentí que, a pesar de ser la fantasía recurrente de siempre, podría ser mucho más estimulante, interesante y placentera. Al fin y al cabo el objetivo básico y principal era el sentirme deseada, y con esto lo iba a conseguir con creces. Por lo que, una vez recuperadas las fuerzas del entusiasmo, me desnudé y me vestí tal y como él lo había planificado.
No podría decir que el resultado me agradase, pues en cuanto me miré al espejo me sentí rara, extraña e incomoda. Aquella del espejo no era yo. Que rara me veía y que distinta. Por una parte era divertido todo esto, tenía su punto morboso pero también divertido y arriesgado. Era salirse de la rutina y dar un empujón a este juego. Por mucho que me miré al espejo no me vi guapa ni atractiva. Ni mucho menos deseable. No entendía cómo podía eso atraerle o gustarle. Yo me veía tan rara y tan irreconocible que no me acababa de cuajar todo esto. Rafa volvió a llamar a la puerta ya en un tono un poco más impaciente. No tenía ni idea del tiempo que llevaba en el cuarto de baño, pero es que se me pasaban los minutos volando y hasta me había olvidado de que me estaban esperando. Contesté: “sí, sí, ya salgo, un momento”. Volví nuevamente a mirarme al espejo, volví a confirmarme que aquella no era yo y no queriendo demorar infinitivamente esta espera decidí salir del baño.
La reacción de Rafa al verme no pudo ser más espontánea y agradecida. Se le formó una sonrisa cariñosa y sus ojos brillaron como estrellas en la noche. Eso era la felicidad. Me contagió inmediatamente esa felicidad y me alegré de hacerle feliz solo con esta memez. Para mí lo del uniforme de colegiala era una chorrada impresionante, una memez absoluta, pero para él era el sentido de su vida y bien que lo expresaba su cara. Sin que desapareciera su sonrisa de placidez en ningún momento me dijo: “por favor, abróchate la rebeca, es mucho mejor así”. Yo lo hice. Me gustaba comprobar lo mucho que me deseaba y cómo, con semejante tontería, se había reactivado totalmente. Era el Rafa del principio, de las primeras veces, había retornado por completo. A continuación dijo: “por favor, ya para que todo sea perfecto, recógete el pelo en una coleta”. Yo dije: “pero es que no tengo…” y antes de que terminará la frase me mostró entre sus dedos un coletero. Su mirada sarcástica y algo maquiavélica no podía ser más significativa. Había pensado hasta el más mínimo detalle. Se lo había currado mucho y qué feliz estaba de que por fin iba a obtener su recompensa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario