Solo paró para realizar lo mismo en el otro lado del cuello. Aparto el cuello de la camisa y me dio al principio besos lentos para luego desembocar en besos más rápidos y apasionados, que acabaron convirtiéndose en chupetones. Yo me sentí sobrecogida y atónita. Nunca me había besado el cuello en todo esos meses y nunca hubiera imaginado que lo hiciese con tanta pasión, gozo y entrega. Me dio más de un escalofrío, y en vez de relajarme, me alteró. No puedo decir que no me gustara, porque me gustaba y mucho, pero sí que me alteraba y me descolocaba. Cada chupetón era un subidón impresionante de adrenalina y revolucionaba mis hormonas más de que me gustaba, pues en el fondo me seguía gustando mantener el control sobre la situación. También era cierto que, a pesar mis 17 años, mi historial de chupetones y besuqueos era muy corto, cortísimo, y era la primera vez en mi vida que un chico me producía semejantes reacciones solo con besos.
Pude notar perfectamente como, de forma totalmente subconsciente, estiré a veces el cuello para que los besos siguieran y no cesaran. Como me gustó. Aunque aquello no eran solo besos, sino también chupetones, lametones y hasta dulces mordisquitos. Era increíble y apasionante como solo con sus besos aplicados a mi cuello produjera tanto gozo, excitación y alteramiento hormonal. Jamás me imaginé, ni tan siquiera me plantee, que mi cuello fuese una zona tan erógena y perceptiva. Puedo asegurar que perdí totalmente la noción del tiempo y no pude saber en ningún momento cuánto tiempo permaneció jugando en mi cuello. Lo único que sé es que cuando quise darme cuenta me estaba acariciando los pechos por encima de la rebeca al mismo tiempo que me seguía besando. Dicha combinación fue explosiva, me gustó muchísimo, y a él también debió de gustarle pues susurró mientras me comía el cuello: “umm, esta rebeca azul, como me gusta, umm, que preciosa estás con esta rebeca azul”. En determinado momento, su pasión subió de tono pues directamente mordió el cuello de mi camisa al tiempo que decía: “joder, que preciosa estas con esta camisa blanca, y con esta rebeca azul, umm, me encanta, me vuelve loco”.
Y ciertamente le debía encantar, pues no dejo de morderme el cuello de la camisa mientras me acariciaba los pechos por encima de la rebeca. Continuamente repetía las mismas frases, pero en un tono muy espontáneo, natural y sincero. Sus movimientos en ningún momento parecieron mecánicos, aburridos y desapasionados como las otras veces. Esta vez sí que estaba disfrutando, y más que nunca. No cesó ni por un segundo de comerme tanto el cuello de la camisa como mi propio cuello. Centrado completamente en el placer que eso le producía y como le calmaba el tremendo deseo que tenía acumulado hasta entonces. De forma precisa y rápida, sin dejar de chupar y lamer en ningún momento mi cuello, desabrochó un botón de la rebeca; y, por ese espacio, metió su mano para acariciarme por encima de la camisa. En ese instante no cesó de hablar en ningún momento: “me encanta esta camisa, me encanta como te queda, estás siempre preciosa con esta camisa, me vuelves loco de pasión con esta camisa…”. Esa mezcla de deseo fetichista con deseo físico hizo que yo me excitase más de lo que esperaba. Lo cierto es que Rafa me conocía a la perfección y sabía en todo momento lo que quería escuchar.
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