El diario de Noa: Capítulo 66º

Aún me tenía preparada más de una sorpresa pues mientras me comía el cuello murmuró algo como: “un segundo…”. Yo tarde un tiempo en reaccionar y responder con un escueto y sorpresivo “¿qué?”. Él no dijo nada, solo se llevó el dedo índice a sus labios para indicarme que siguiera guardando silencio para no romper el encanto de ese momento. Se levantó. Se dirigió a su abrigo y de uno de los bolsillos sacó un pañuelo de chica. Se me acercó y me susurró: “así será mucho más emocionante y fascinante, ¿verdad que sí?”. Yo no dije nada. Solo asentí con la cabeza. De hecho ni siquiera moví la cabeza. Solo asentí con los ojos pero Rafa me entendió perfectamente. Me puso el pañuelo en los ojos y me lo anudó por detrás. Casi se me había olvidado por completo las sensaciones que se sienten al estar vendada y cómo todo se percibe mucho más intensamente.

El tener los ojos vendados me produjo, como es lógico y natural, cierta desorientación, miedo e incertidumbre, pero enseguida me calmé cuando escuché de nuevo la voz de Rafa y sobre todo cuando noté como se sentaba de nuevo en la cama. No tardo mucho en volver a comerme el cuello, tanto un lado como el otro, y tampoco tardo mucho en volver a meter la mano por el hueco abierto de la rebeca para tocarme por encima de la camisa. Sus palabras según fueron pasando los minutos se hicieron más ininteligibles, pues parecía que solo hablaba para sí mismo. Yo apenas podía entender cosas como: “que tetita más preciosa, como te queda con esta camisa, que tetitas, son maravillosas”. Lo cierto es que, poco a poco, fueron cesando los besos y chupetones en el cuello para centrase en las caricias que me hacía con esa mano. Lo que al principio era un tocamiento suave, lento y relajado fue adquiriendo mayor ritmo hasta empezar a tocarme con gran velocidad, ahínco y fuerza.

Con su otra mano me acariciaba la cara y el cuello, pasando los dedos una y otra vez por mis labios. Eso era muy sensual, muy sexy y me encantaba. Por una parte me enfadaba tener puesta esa venda en los ojos, pero por otro lo agradecía porque así todas las emociones se multiplicaban muchísimo, logrando una gran intensidad en cada acción que realizaba. De repente todos sus movimientos cesaron. Durante unos segundos ni siquiera escuché su respiración. Dichos segundos se me hicieron eternos y no paraba de preguntarme qué estaba pasando y el porqué del cese de lo que estaba haciendo. De repente escuché cómo se movía, cómo se colocaba en una nueva posición y cómo reanudaba el masaje sobre mi pecho. Pero algo había cambiado, pues ahora me masajeaba los dos pechos, por lo que deduje que se había colocado a horcajada encima de mía, es decir, colocando cada una de sus piernas a cada lado mío para así masajearme mejor.

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