El diario de Noa: Capítulo 73º

No tarde ni un mísero segundo en ponerle las pilas. Puede que hasta ese momento estuviese tan embobada y en estado de ensoñación que no fuese dueña de mis actos, pero hasta ahí habíamos llegado. Le dije en un tono bastante alto: “Basta ya. Se acabó. Quita la mano de ahí. Ya”. Al mismo tiempo que lo decía me giré para ponerme bocarriba y me incorporé en la cama. Su cara era todo un poema de frustración y desolación. Me dijo en un tono enfadado: “joder, que tienes ya 17 años, que ya no eres una cría, que tampoco es para tanto. Joder, vaya mojigata que estás hecha. Vaya tela. Que tampoco es para tanto. Que delicada que eres. Que tienes ya 17 años”. Si pensaba que repetirme tantas veces mi edad iba a conseguir que decidiese, lo llevaba claro. Porque al mismo tiempo que me iba diciendo todo eso me empecé a abrochar la camisa y me dirigí al cuarto de baño a quitarme de una vez esta ropa de colegiala y ponerme mi ropa original.

Estaba a unos cinco metros de él, casi a punto de entrar en el cuarto de baño, cuando dijo en tono un poco agresivo y de cabreo: “Vale, vale, lo que tú digas. Tú pones las normas. Lo que tu quieras. Tú decides lo light que quieres que sea la fantasía… pero solo te quiero pedir una cosa más”. Yo no contesté. Solo le miré. Finalmente le indiqué con un gesto de cabeza que siguiera. Él no dijo nada, simplemente bajó la mirada hacía su propia entrepierna. Tenía una erección impresionante, era inmensa, le hacía un bulto extraordinario en el pantalón. Sin mediar una sola palabra, se acarició su miembro por encima del pantalón. Yo permanecí callada, sorprendida, sin saber qué decir. Contemplando simplemente la escena a esos cinco metros de distancia. Al cabo de un rato, mientras soltaba una de esas medio sonrisas que tanto le caracterizaban, se desabrochó el pantalón y se lo bajó lentamente.

Sé que debí parar ese numerito exhibicionista y pasar de él metiéndome en el cuarto de baño a cambiarme. No lo hice. No sé, me sorprendió y sentí curiosidad por lo que haría. Además, al estar a varios metros de él era como verlo desde un punto de vista subjetivo, como quien ve una película, como si la cosa realmente no fuera conmigo. Si la erección con el pantalón era inmensa, lo fue aún más cuando se quedó en calzoncillos. Sé que no debí mirar tan fijamente pero era la primera vez en mi vida que veía a un chico en calzoncillos y, menos aún, con semejante erección tan brutal. Él no dejaba de acariciársela por encima del calzoncillo. Lo hacía con gusto. Con goce. Con mucha satisfacción. Cuando me quise dar cuenta ya se la estaba acariciando tanto por fuera como por dentro del calzoncillo.

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