El diario de Noa: Capítulo 74º

Yo sentí unos calores tremendos, un puro ardor en mi interior. Tenía el pomo de la puerta del cuarto de baño en mis manos pero no acababa de abrirlo porque el espectáculo de Rafa me tenía eclipsada y anonadada. Era curioso, nunca (y cuando digo nunca quiero decir categóricamente nunca) había tenido en todo este tiempo de fantasías la necesidad o el deseo de desnudar ya fuese a Edu o a Rafa. Nunca tuve el menor interés y anhelo por desnudarles o que se desnudarán. Nunca. De hecho ni tan siquiera me había planteado acariciar yo a un chico. Siempre disfrutaba tanto con que me deseasen y me desnudasen fetichistamente a mí que todo lo demás me daba igual. Ahora eso había cambiado, estaba disfrutando con el desnudo parcial de Rafa y gozaba viendo la tremenda erección en su calzoncillo.

Por esta razón, cuando al cabo de unos minutos se bajó de golpe el calzoncillo y dejó al aire el inmenso pene totalmente ereccionado, no me escandalicé ni ruborice. Por supuesto era la primera vez en mi vida que veía un pene en la vida real pero no supuso ningún trauma ni incomodidad. Lo miraba sobre todo con ojos de curiosidad, no con ojos de deseo, y disfrutaba en cierta manera de que mi juego de la fantasía hubiese producido tal efecto en el cuerpo de Rafa. Aunque lo tenía a apenas cinco metros me sentía como si lo estuviese observando a escondidas sin que él lo supiera. De repente los fervores de mi misma subieron tanto que reaccioné bruscamente como si despertara de un sueño y, al despertar, el pudor se apoderó de mí sintiendo muchísima vergüenza de esta situación. En un rápido movimiento abrí el pomo y me metí dentro del cuarto de baño al mismo tiempo que decía: “Nos vamos. Vístete”. Dentro del cuarto de baño me apoyé contra la puerta al menos durante 30 segundos sin hacer nada. Lo necesitaba. Necesitaba volver a recuperar el ritmo de mi respiración y calmarme por todo lo que había pasado.

Me vino muy bien lavarme la cara. Nunca me ha venido mejor el lavarme la cara porque me ayudó mucho a despejarme, serenarme y calmar los ánimos. A los pocos segundos ya volví a ser la misma de siempre y, aunque se había desmadrado muchísimo la fantasía de la colegiala, estaba orgullosa de haber controlado tanto al final. Me cambié de ropa y con total serenidad  salí del cuarto de baño. Solo habían pasado apenas un par de minutos pero Rafa parecía otro, parecía como desinflado y muy frustrado, con aire de cansancio en su cara. Se había subido de nuevo el calzoncillo y el pantalón aunque no lo tenía abrochado del todo. Le dije: “Venga, abróchate el pantalón y vámonos. Que es muy tarde”. Él obedeció sumisamente. A partir de ese momento permanecería callado todo el tiempo hasta que me dejó en casa. Yo lo agradecí, pues sinceramente tampoco me apetecía charlar sobre cualquier tema. Esa noche, antes de acostarme, me quedé pensativa delante del espejo mientras me mordía una uña. No sé en qué pensaba. Supongo que simplemente estaba asimilando todo lo que había ocurrido.

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