El diario de Noa: Capítulo 75º

Por un momento ante el espejo tome la decisión de no querer volver a quedar con Rafa. Me convencí a mí misma. Se había sobrepasado mucho y eso no me gustaba. Además, tampoco me agradaba que pusiese cara de frustración y enfado cada vez que no le dejaba seguir. En el fondo era un poco niño e inmaduro en ese aspecto. ¿Era hora pues de pasar página con el tema de Rafa? Me dijo a mí misma que sí. Me autoconvencí. Poco me podía fiar de mis propios convencimientos pues, al acostarme cinco minutos después, ya me estaba imaginando cómo podría ser nuestra próxima fantasía.

Me sorprendí a mi misma durante la siguiente semana pues, a pesar de todo lo que pasó aquella noche con Rafa, no quedó en mí ningún poso lo suficientemente significativo para que eso me quitara el sueño. Con esto quiero decir que lo asimile con una tranquilidad y naturalidad pasmosa y que la semana se desarrolló con total normalidad. Durante toda esa semana no recibí ningún SMS ni llamada de Rafa. En parte eso me hizo sentir contrariada pues no es que yo quisiera que se pusiera en contacto conmigo, en absoluto, pero me sorprendía que no tuviese interés por saber de mí después de lo trascendental que fue aquella noche. Lo que sí que me dejo perpleja fue, cuando hicimos el botellón el sábado, que me trató con una indiferencia y frialdad asombrosa. Como si realmente ya se hubiese cansado de mí y no quisiera volver a repetir.

Mi orgullo me impidió, y con razones más que justificadas, que yo tampoco le dirigiera la palabra y que también me mostrase indiferente. Desde luego no le iba a dar el gustazo de rebajarme a hablar con él mientras él siguiese comportándose tan pasota e indiferente. Además, tampoco me apetecía que nadie de la pandilla supiera que entre Rafa y yo había algo especial (y mucho menos que eso tan especial tenía connotaciones muy eróticas). Desde un principio me esforcé mucho en que nadie, absolutamente nadie, de la pandilla sospechase jamás que teníamos una relación. Era un secreto desde hace meses y quería que siguiese siéndolo. Nunca se lo conté ni a mis mejores amigas. ¿Me avergonzaba de ello? Pues no, pero siempre he sido muy recelosa de mi vida personal y no quería compartir esto con nadie. Y menos aún cosas tan desmadradas como la fantasía de la colegiala. Por lo que durante todo aquel sábado no existimos el uno para el otro y ni tan siquiera una furtiva mirada de reojo se nos escapó.

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