A pesar de que el tiempo pasó más lenta e impacientemente que nunca, el recreo acabó llegando. Salimos fuera y ante mi sorpresa Rafa no estaba por ningún lado. Miré alrededor varias veces pero no le vi, por lo que me obligué a no perder más el tiempo con esas tonterías e irme con las demás. Justo cuando había tomado la decisión noté la mano de Rafa sobre mi hombro al mismo tiempo que me decía: “Ven, sígueme”. No me hacía ninguna gracia que la gente de clase me viese con Rafa, pues para empezar algunas eran de la propia pandilla, y yo quería seguir manteniendo mi actitud de indiferencia, frialdad y pasotismo ante Rafa, al igual que lo hacía siempre los fines de semana. Por lo que le paré en seco y le dije: “Ve tú delante, espérame en un minuto en el kiosco de la esquina”. Por la cara que puso no pareció gustarle mi respuesta pero breves segundos después asintió y se fue. De esta manera pude irme con las demás y justo cuándo salimos a la calle les comenté: “tengo que acercarme un momento a casa a por algo, nos vemos luego”. De esta forma pude fulminar de un plomazo cualquier conexión que me uniera a Rafa.
Cuando me vi liberada de miradas ajenas me acerqué al kiosco donde me esperaba Rafa. Él empezó a andar y yo le seguí mientras le preguntaba: “¿A dónde vamos?”, ni siquiera le dio tiempo a responder pues enseguida llegamos. Estaba a apenas unos 50 metros del colegio. Sacó una llave y abrió una puerta mientras me decía: “Este es el almacén de mi tío, aquí guarda todo el material del bar. Tengo muy buen rollo con mi tío y le ayudo a veces a ordenar cosas, por eso tengo una llave”. Efectivamente era un almacén, algo desordenado pero limpio, y repleto de bebidas hasta los topes. Como Rafa había parado de hablar le pregunté: “¿Y qué hacemos aquí?”. El sonrió, o mejor dicho, medio sonrió como era habitual en él. Dijo: “¿Simplemente vamos a darle más emoción y morbo a nuestras fantasías?”. Yo me asusté un poco y empecé a decir en un tono un poco alto: “Si piensas que voy a hacer algo aquí lo llevas…”. No me dejó terminar la frase. Volvió a sonreír y matizó: “No, no, eso ni de coña, tranquila. Solo he dicho darle un poco de morbo”.
Me tenía desconcertada y con curiosidad, por una parte quería saber de una vez qué fantasía light tenía en mente y por otra parte quería irme de allí para volver a clase pues quedaba ya poco de recreo. Finalmente dije un escueto: “¿Qué?”. Él se me acercó al oído y me susurró: “Quiero que te desabroches del todo la camisa y pases todo el día con la camisa desabrochada. Así hasta que te acuestes por la noche. Nadie lo sabrá ni se dará cuenta porque llevas el jersey encima, pero yo sí lo sabré y eso me dará un morbo increíble”. Me quedé perpleja, quieta y sin decir nada. Al cabo de unos instantes acerté a preguntar: “Pero si no estamos en la misma clase y no me vas a ver en todo el día, ¿para qué quieres que lo haga”. Él rápidamente respondió: “Eso me da igual. Solo imaginarme que bajo el jersey vas a llevar la camisa todo el día desabrochada me produce mucho morbo, es una fantasía muy excitante para mí”. Me quedé callada, incluso un poco sonrojada por lo que me decía, aunque debía reconocer que el rollo fetichista de la fantasía sí que me gustaba.
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