El diario de Noa: Capítulo 100º

A pesar de mi desinterés y apatía todos consiguieron convencerme pues el entusiasmo, ilusión y ganas de todos era muy contagioso. Además, yo no iba a ser tan tonta de seguir con la mirada a Edu a todas horas para así amargarme y agobiarme más. Decidí, sabiamente, ir solo a la fiesta a divertirme, estar con los amigos, disfrutar y olvidarme por una tarde/noche completamente tanto de Edu como de Rafa. Por lo que llevados por el deseo de hacer una parrillada/fiesta memorable empezamos a organizarlo. Yo cogí las llaves del chalet y nos fuimos en el coche de Salva al Carrefour a comprar todo lo necesario. Íbamos cuatro dentro del coche: Salva, Jordi, Edu y yo. Una vez comprado todo nos fuimos para el chalet. Al llegar allí empezamos a organizar todo poco a poco y enseguida reparamos que se nos habían olvidado un montón de cosas por comprar (era algo habitual, nos pasaba siempre, sobre todo teniendo en cuenta la gran disparidad de gustos por bebidas diferentes que había en la pandilla). Por lo que Salva comentó: “Joder, tenemos que volver otra vez, vaya coñazo”. A lo que Edu replicó: “Bueno, ir a comprarlo y mientras Natalia y yo nos quedamos colocando y ordenando todo para tenerlo todo listo”.

Por un instante me sentí como una niña pequeña de 5 años, pues sentí miedo, miedo a quedarme a solas con Edu. Sé que era absurdo pero nunca antes habíamos estado los dos a solas sin el resto de la peña merodeando cerca (exceptuando, claro esta, las dos veces que me hice la dormida y el soso/impersonal rollo que tuvimos a los 15 años). Por lo que estuve a punto de decir: “No, yo me acerco con vosotros a comprar también”. Pero eso hubiese sonado muy raro, extremadamente raro y eso sí que hubiera disparado todas las alarmas de que había algo raro en el asunto. Por lo que callé. En unos minutos Salva y Jordi estaban alejándose en el coche y nos quedamos solos Edu y yo en el chalet. Pocas veces en mi vida, por no decir ninguna, me he sentido más cortada, apocopada, introvertida y tímida que en ese momento. Objetivamente no había nada raro en ello, éramos solo dos amigos que tenían que ordenar y organizar todo lo de la parrillada/fiesta, pero yo sabía que era mucho más que eso. Muchísimo más. Yo podía percibir perfectamente como mis feromonas y mis hormonas estaban desatadas y espitosas, casi a punto de explotar. Incluso noté en su mirada como también él estaba dándole vueltas a algo. En esos momentos parecía que habían pasado siglos desde los encuentros que tuvimos a los 14 y 15 años. Pero algo seguía latiendo dentro de mí desde entonces y era difícil de apagarlo.

Solo sé que empezamos a ordenar las cosas, yo más lenta y torpemente que él pues mi cabeza estaba muy lejos de allí en ese momento, y que los minutos fueron pasando muy pausadamente, de una lentitud desesperante. Qué mal momento. Que momento más agrio y que incomodidad absoluta en el ambiente. Además, no era solo yo, sino que la propia climatología estaba como extraña, pues a pesar de ser Abril hacía un tiempo otoñal, con mucho fresquito, mucho aire y como con aires de tormenta. Puede que yo lo viese todo desde un punto de vista muy tormentoso, al encontrarme a solas con Edu, pero desde luego no era nada normal ese frío, aire y tiempo desapacible para esa época del año. Como siempre, dejé que mis pensamientos y reflexiones me hundieran en un océano de cuestiones sin respuestas, y solo despertaba de ese estado de ensoñación atolondrada cuando Edu me hacía alguna pregunta acerca de la organización. Una de esas preguntas iba a desencadenar el acontecimiento más inesperado y fascinante jamás imaginado. Un giro del destino tan asombroso que aún hoy en día me cuesta asimilarlo.

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