Era tal su embobamiento y estado de aturdimiento que no sabía qué hacer ni decir. Yo se lo puse fácil: “Venga, desátame. Vámonos ya de aquí”. Como un zombi atolondrado y torpe me desató del cabecero de la cama y se sentó en la cama para ver si, poco a poco, recobraba la tranquilidad y la serenidad. Yo le obvié por completo. Me levanté y me fui al cuarto de baño a cambiarme. A los pocos segundos salí con mi jersey ya puesto y su camisa en la mano. Él seguía atontado sentado en la cama y todavía con su erección totalmente empalmada sin menguar nada. Le grité con autoridad: “Venga, vístete. Vámonos”. Mi tono no era de enfado, ni de reproche, ni tan siquiera de molestia. Era simplemente un deseo sincero y honesto de querer irme ya de allí y olvidar cuanto antes esta fantasía light que empezó tan bien, pero que acabó desmadrándose más de la cuenta por culpa del descontrol de Rafa.
Todo ocurrió el siguiente fin de semana. Decidimos toda la pandilla volver a organizar otra parrillada y fiesta en mi chalet ya que empezaba a hacer buen tiempo primaveral. A mí no me entusiasmaba en absoluto la idea, pues asociaba la fiesta anterior en el chalet a una sola cosa: la imagen de Graciela acariciando la entrepierna de Edu por encima del pantalón. Solo de pensar que podría repetirse algo similar, o incluso peor, me ponía mala de celos y angustia. Hasta ese momento pocas veces podría haber reconocido que estaba celosa pero ya lo tenía más que asumido y aceptado. En parte era lo más lógico del mundo, Edu desde los 14 años (sino antes) había sido una obsesión y era obvio que el hecho de que estuviese con otra chica me desestabilizase e inquietase. Por lo que sutilmente dejé ver que no tenía yo mucho interés por volver a hacer una nueva fiesta, y menos aún en mi chalet, donde estaba todavía tan reciente los hechos ocurridos con Rafa unos días antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario