Rafa volvió a hablar, pero no para repetir la frase ya citada dos veces, sino para añadir medio entre risas: “joder, es que se te notan ya un poco los pezones con la camisa, solo quiero vértelos en el sujetador, solo eso” y volvió a pasar su pene por mis pechos suponiendo que así se excitarían más. Volví a callar. Ya me estaba hartando de todo esto. Él disfrutaba sin límite y desenfreno sin cesar, y yo no hacía nada más que pensar en acabarlo de una vez. Cierto que hasta un determinado momento yo también había gozado mucho de la fantasía, muchísimo, y me había proporcionado mucho placer; pero Rafa se aprovechó de estar obnubilada por el tema Edu/Graciela para someterme sumisamente a sus propios propósitos, y eso ya me molestaba en exceso. Hasta ese día su comportamiento había sido modélico y ejemplar, pero aquella noche llevado por la pasión, el deseo y el descontrol estaba sobrepasando muchos límites que ya no eran nada light.
Como siempre el motivo que me hizo despertar, reaccionar y cabrearme en serio fue una imprevista acción que se desarrolló tan rápidamente que no pude ni asimilarla. Pues con total descaró soltó su pene de sus manos y me desabrochó la camisa del todo, sin ningún reparo moral ni ético, me la desabrochó por completo y me la abrió. Eso detonó mi paciencia y sacó mi peor carácter. Le grité simplemente: “Rafa, no, joder, no. Venga, déjalo ya. No”. Me hizo caso omiso y solo se dejó llevar por su instinto y se abalanzó sobre mi sujetador y empezó a comerme los pechos por encima de él. Yo volví a gritarle: “Rafa, no”. Intenté desatarme del cabecero y parar esto por las malas. Fui incapaz. Él ni se daba cuenta que yo estaba forcejeando o gritándole, solo se dejaba llevar como si no fuese a mí a la que estuviese sobando y besando. El hecho que hizo desbordar el vaso de mi paciencia fue cuando colocó su mano en mi entrepierna y empezó a acariciarla por encima del pantalón. Yo sentí un escalofrío brutal. Un escalofrío que me dejó muda. Era la primera vez en mi vida que me acariciaban allí y me quedé petrificada. Además no lo hizo con delicadeza, sino con brusquedad, deseo y fuerza.
Durante unos segundos me quedé parada por todo lo que estaba pasando, sentía tal cantidad de escalofríos, temblores, ardores y alteraciones recorriendo mi cuerpo que no podía pensar con claridad. Finalmente tomé el control sobre lo que estaba pasando y ya sí que me puse seria. Grite: “Rafa”. A los dos segundos volví a gritar más fuerte: “Rafa”. Nuevamente incluso más fuerte: “Rafa”. Y, finalmente, sacando todo el odio, agresividad, frustración y potencia que tenía dentro grité a pleno pulmón: “RAFAAA”. Fue el grito más grande que he pegado en mi vida. Él se incorporo con la cara totalmente desencajada por lo tremendo del grito, por su enorme intensidad, es incluso pude percibir temor, miedo y angustia en su rostro. Como si estuviese despertando de un sueño. Como si volviese a la realidad. Como si por unos minutos hubiera estado sumido en un estado inconsciente e irreal. Y, de repente, lo noté tremendamente avergonzado, asustado y con remordimientos. Percibí perfectamente cómo se sonrojó y cómo se quedó mudo sin saber qué decir. Totalmente ido y atolondrado. Embobado de tal manera que al ponerse de pie al lado de la cama estuvo a punto de tropezar varias veces pues estaba tan mareado y alterado que no podía mantenerse en pie.
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