El diario de Noa: Capítulo 97º

Al mismo tiempo que pasaba el pene por los botones de la camisa, empezó a acariciarme los pechos al mismo tiempo que decía: “Es absolutamente increíble como una camisa mía de hace un par de años te pueda quedar tan bien, tan perfecta y que estés tan sexy y tan buena. Me pones la polla a cien. Me encantas vestida así. ¿Te gusta cómo tengo de grande la polla y que te acaricie con ella?” Nuevamente fui tan tonta que no supe qué responder. Quería responder que no y que lo dejase ya del todo. Estaba segura de que si la obsesión con Graciela y Edu no existiese jamás hubiese llegado a estos límites con Rafa, pero me ofuscaba y bloqueaba el tema de la dichosa parejita. Rafa volvió a insistir: “¿A qué te gusta cómo la tengo la polla? ¿A qué te gusta mucho? ¿A qué te pone muchísimo?”. Yo no dije nada, no le concedí ni un solo pensamiento a lo que me dijo, pues mi mente estaba en otra parte. Solo me revolví un poco como intentando desatarme para darle a entender que estaba a disgusto e incómoda. Esto, en vez de provocar una reacción en él le incitó el efecto contrario, pues pareció como si le excitase más aún que yo forcejease y me resistiera.

A Rafa cada vez le veía más excitado y alterado, disfrutando el momento agarrando su enorme pene (o polla, como a él le gustaba llamarlo) y pasarlo por encima de mi camisa. Lo pasaba por todos lados, por los brazos, por los pechos, por el cuello, etcétera. Yo simplemente le miraba mientras lo hacía. No decía nada. No rechistaba nada. Y solo le contemplaba sumisamente, lo cual le excitaba más aún. Pero no es que yo disfrutase por verle así de excitado sexualmente, que va, en absoluto. De hecho hasta me resultaba indiferente. Cierto que el contacto de su pene sobre mi camisa (y el hecho de estar atada al cabecero de la cama) era una fantasía muy fuerte y nada light, pero no pensaba en ello, pues seguía pensando en Edu y Graciela. O, más concretamente, en el pene de Edu. Solo me molesté en serio, y desperté de mi estado sumido y contemplativo, cuando Rafa empezó a pasar su pene por mi entrepierna. Eso me alteró. Cierto que lo hacía por encima del pantalón, pero no me gustó nada que se tomará tantas confianzas.

Pero a Rafa todo eso parecía darle igual, era como si se hubiese olvidado de mí y el cuerpo con el que jugaba no fuese el mío. Solo estaba ensimismado gozando como un niño pequeño con un caramelo, con la salvedad que su caramelo era su pene y su juguete yo. En medio de su estado excitado a rabiar soltó unas palabras: “Si te desato, te desabrocharías tú misma un poco la camisa”. No le contesté. No le concedí ni un segundo para pensármelo. Sabía cuáles eran los límites máximos y no íbamos a sobrepasarlos. Rafá volvió a preguntármelo como si no fuese consciente de que ya lo había preguntado antes: “Si te desato, te desabrocharías tú misma un poco la camisa”. No sé si es pensaba que se lo estaba imaginando y que no se daba cuenta que lo estaba diciendo en voz alta. Seguí muda. No iba a seguirle el juego. De hecho tenía ganas de acabar ya con esta fantasía que tanto se nos había ido de las manos.

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