El diario de Noa: Capítulo 102º

Nuestra mutua pasión fue encendiéndose mucho más rápidamente de lo que yo al menos pensé. Yo llevaba una camisa vaquera abierta con una camiseta negra debajo. Y Edu sin cesar de besarme empezó a quitarme la camisa por los hombros. Estoy convencida de que lo hacía subconscientemente y sin enterarse solo dejándose llevar por el instinto. Y no le culpo, pues yo también tuve impulsos de desabrocharle su camisa. Solo cuando me tenía la camisa casi quitada y estaba empujándome hacía la cama reaccioné. Dije con mucho esfuerzo (pues una parte de mí no quería decirlo): “No, no. Que Salva y Jordi pueden llegar en cualquier momento. Tenemos que dejarlo. Tenemos que parar. Mejor lo dejamos para mañana y así disponer de todo el tiempo del mundo”. La cara de Edu era todo un poema de frustración, me miró asintiendo cómo dándome la razón pero una parte de sí mismo solo quería seguir y no parar tan bruscamente este momento tan maravilloso e intenso. Lo cierto es que era una jodienda. Menudo fastidio. Porque era el momento más idóneo, especial y esperado por ambos desde hace muchos años. Desde el comienzo de nuestra adolescencia. Y, por culpa de la maldita situación, tendríamos que posponerlo 24 horas más. Yo lo asumí con cierta coherencia. Pensé: “Si he esperado 3 largos y eternos años podré esperar solo 24 horas más”. Pero me parece que a Edu le costó mucho más aceptarlo. Su cara era todo frustración, desagrado, cabreo, crispación y desilusión.

Por lo que volviendo a la dura realidad yo me coloqué de nuevo la camisa vaquera y seguimos ordenando y organizando todo para la fiesta. Eso sí, con mucho pesar, desgana y desmotivación, casi a cámara lenta, costándonos muchísimo y conteniendo nuestros impulsos todo el rato. Fue un momento de contención impresionante y un pesar horrible. No se lo deseo a nadie, fue una mutua frustración que nos dejó echos polvos y muy desmotivados. Una contención brutal que demostró la enorme fuerza de voluntad que ambos echamos en ese momento clave. Casi podría decir que la llegada de Salva y Jordi fue un alivio y casi incluso una necesidad, pues ambos necesitábamos más que nunca volcar nuestros pensamientos en otros temas. Creo que ambos debieron notar algo, pues yo me mostré quizás demasiado impetuosa, nerviosa y con mucha incontinencia verbal venga a hablar sin cesar de los preparativos de la parrillada/fiesta. Me obligué a no mirar a los ojos a Edu en ningún momento, aunque tampoco debió suponer mucho esfuerzo pues creo que él también se obligó a lo mismo con respecto a mí. Y solo hablé con él de cosas de la fiesta cuando eran inevitables. Finalmente lo dejamos todo preparado para la tarde/noche y salimos ya de allí esquivando nuevamente nuestras miradas.

Es innecesario decir que en la parrillada/fiesta todo el mundo se lo pasó muy bien. Todo el mundo menos yo, claro. Pero era algo para lo que estaba mentalizada y por ello no supuso ninguna frustración. Por lo que traté de pasármelo lo mejor posible, distraerme hablando, bebiendo, bailando, cantando o bromeando. Es decir, dejándome contagiar del ambiente festivo y lúdico de la fiesta aunque nunca lo conseguí del todo. Era imposible que me lo pasase bien, pues mis expectativas, pensamientos y emociones estaban puestas en lo que ocurriría al día siguiente. No intercambié ni una sola palabra con Edu en toda la fiesta. Aunque eso no motivó que más de una vez, a una distancia considerable el uno del otro, nuestras miradas se cruzasen y por breves segundos, yo al menos, quedase paralizada por la intensidad, emoción e ilusión de su mirada hacía mí. Probablemente mi mirada hacía él también desprendería todo eso, aunque por los nervios que estaba pasando seguro que percibió sobre todo angustia en mis ojos. Fuese como fuese, nuestras miradas se cruzaban por accidente continuamente, y cuánto más intentaba esquivarlas más volvía a coincidir.

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