El diario de Noa: Capítulo 104º

Al día siguiente, todos de manera rápida, organizada y eficiente limpiamos y recogimos el chalet a un ritmo muy rápido. Acto seguido nos divididos entre los coches existentes y nos volvimos. Justo en el momento que entraba en el coche eché en la distancia una última mirada a Edu solo para confirmar si todo seguía en su sitio y seguía en pie lo acordado el día anterior, o, por el contrario, todo había sido un desliz pasajero que jamás se volvería a repetir. Solo necesite un instante para seguir viendo su brillo en los ojos y la respuesta a todas mis cuestiones. Todo continuaba igual y la expectación se volvió a adueñar de mí. Ya solo me restaba saber cuándo se pondría en contacto conmigo. Y mala amiga es la expectación, porque los minutos se convirtieron a lo largo del día en horas. Aquel domingo pasaría a la historia por muchas cosas, pero una de ella fue, sin duda, que el inexorable paso del tiempo pasó más lenta, cruel e insufriblemente que nunca.

No sabría cómo describir mi estado espitoso y nervioso de aquella tarde dominical. Hasta ese momento se había desarrollado todo a tal velocidad que no había tenido tiempo de asimilar lo que realmente había pasado. Y al ponerme a asimilarlo fue cuando mi histerismo, mis nervios y mi impaciencia se adueñaron de mí. Es que era muy fuerte. El día anterior me había enrollado pasionalmente con Edu. Con el mismísimo Edu. La fuente continua de mi obsesión y el origen de mi obsesión inagotable e incomprensible de mi vida afectiva, emocional, sentimental, sensorial y sexual desde los 14 años. Por fin esta tarde de domingo iba a concluir el ciclo que se inició a los 14 años la noche que me hice la dormida. Habían pasado pocos años, pero para mí, en plena adolescencia, era un momento histórico que no me acababa de creer. No podía concebir que en unos momentos Edu me llamaría para quedar y así concluir lo que empezó el día anterior. Por fin podría dejar de disimular, de ser indiferente, de ser fría, de ser distante y de interpretar ese personaje que me había acompañado desde siempre con respecto a Edu. Por fin la guerra psicológica entre ambos llegaba a su fin y concluiría como se merecía.

Pues bien, el pensar y reflexionar sobre todas estas cosas no es que me tranquilizara mucho. Al contrario, mi nivel de histeria, nervios, ansiedad, inquietud, expectación y taquicardia subió escandalosamente. Y eso era solo el principio de una espiral de tensión absurda que se iba a incrementar según fue pasando el tiempo. Era normal. Era una adolescente de 17 años atontada y expectante por lo que iba a pasar. Lo que nunca pude imaginarme es que mi comportamiento resultase tan ridículo durante ese tiempo de espera, pues me puse compulsivamente a encender y apagar la televisión cada dos por tres, a encender y apagar el portátil, me sentaba, me levantaba, me volvía a sentar, paseaba nerviosa por los pasillos, hablaba sola, mordía los bolígrafos, abría la nevera y la volvía a cerrar sin coger nada de ella, me tumbaba, me recostaba, me levantaba, abría cajones, los cerraba y vuelta a repetir cíclicamente todo el proceso. Debí hacerme varios kilómetros andando por los pasillos de casa. Menos mal que estaba sola, porque sino me hubiera muerto de vergüenza. Era todo tan paradójico. Tantos años esforzándome en desmotivar, dañar y desdeñar a Edu con mi frialdad, superioridad, indiferencia y bordería para que ahora estuviese risueña como una colegiala expectante ante su llamada. Ay, qué difícil de comprender era mi corazón y mis motivaciones, y más aún cuando se estaba revolucionada hormonalmente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario