El diario de Noa: Capítulo 105º

Finalmente el gran momento llegó. No con una llamada como yo esperaba, sino con un simple SMS. Estaba tan tensa y sugestionada por todo esto que tardé varios segundos en abrir el SMS. No podía ser más claro: “¿Quedamos a las 7,30 en tu portal?”. Y, en ese momento, tonta de mí, me replantee decirle que no. Que quedásemos otro día y que lo iría posponiendo poco a poco hasta que se olvidase del asunto. Estuvo a punto de decirle que no. Pero, de repente, con una súbita brusquedad me obligué a mi misma a dejar de ser tan estúpida e inmadura y a contestar lo que realmente quería responder. Por lo que con otro SMS de un simple “Ok” quedó respondida su pregunta. Eran ya las 6 de la tarde, me quedaba una hora y media por delante, y eso sí que me angustió un poco porque quería que llegase ya el momento y acabar así, de una vez por todas, con esta espera agónica.

De todos modos me esforcé en relajarme y en poco tiempo me fui tranquilizando y sosegando mientras me duchaba y vestía. Tarde un poco en decidir qué me pondría. Yo siempre estaba muy segura de mi misma a la hora de vestir, pero para aquella ocasión dudé considerablemente, y es que la importancia del momento me condicionaba más de lo que gustaba admitir. Quería estar guapa y atractiva, a la par que elegante. Pero sorprendentemente nada en mi armario me convencía esa tarde. Al final, dejé de comerme tanto la cabeza con tantas indecisiones y me vestí con un chaleco negro, una sencilla camiseta blanca y unos pantalones negros. Es decir, elegante pero sencilla y atractiva a la vez. Y, cuando me quise dar cuenta, eran ya las 7,25. Por lo que, sin querer demorar más el encuentro, me bajé a mi portal. Allí ya estaba esperándome Edu con el coche de sus padres, había llegado incluso un poco antes de la hora. ¿Significaba eso que estaba tan expectante y ansioso como yo? Todo parecía indicar que sí, y es que no era para menos.

Me metí un poco tímidamente en el coche y antes de que me hubiese abrochado el cinturón le comenté: “Llevo la llave del chalet por si te apetece ir allí”. Él contestó sí al mismo tiempo que se le caló el coche, y ambos nos echamos a reír por ello. Supongo que esas risas eran terapéuticas para liberar todo el nerviosismo y tensión que ambos teníamos dentro. Nunca las veces que fui con anterioridad con Rafa había tenido tantos nervios, al contrario, lo de Rafa pasó a ser algo tan cotidiano, habitual y normal que no me producía ninguna inquietud. Pero con Edu todo era otro cantar. Ambos sabíamos perfectamente que esa tarde/noche era la conclusión a un anhelo largamente esperado. Desde aquella noche a los 14 años que jugó con mi ropa y las caricias mientras yo me hacía la dormida llevaba hibernando ese deseo mutuo de poseernos. Un deseo que se fue acumulando a lo largo de los años y que ambos disfrazamos, muy hábilmente, con una indiferencia y frialdad mutua. Ahora, visto desde la distancia, esa frialdad me parecía, al menos a mí, tan absurda y ridícula que hasta me avergonzaba solo de pensar en todo el tiempo que habíamos perdido por culpa del… no sé ¿orgullo? Yo que sé. Solo sé que esa noche, después de tanto esperar con ansiedad y paciencia, se vería liberada esa tensión sexual no resuelta entre ambos. Desde niños siempre hubo algo entre nosotros. Una química, un deseo, una atracción. Y ambos fuimos siempre tan estúpidos de no dar el paso para satisfacerla. Ahora íbamos por fin a corregir ese error.

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