En las últimas semanas la amplía mayoría de la gente de la pandilla había tenido algún rollete ocasional o incluso empezaba a emparejarse con gente que iban conociendo. Al fin y al cabo teníamos casi todos entre 17 y 18 años y era normal en esas edades. Todos y todas parecían tener una vida sentimental muy activa y emocionante, todos menos yo, claro. Como siempre llevé con muchísimo recelo y secretismo mis rollos con Rafa nadie tenía conocimientos de que yo hubiese ligado o conseguido algo en los últimos meses. Cuando la realidad es que había hecho muchísimo más que todas ellas juntas. La sonrisa socarrona de Sara, acompañada de algún incisivo comentario irónico, para insinuar que no me comía una rosca y que era la única que no movía ficha, me acabó cabreando mucho. Estuve a punto de soltar que en su día me enrollé una noche con Edu y que llevaba meses jugando con Rafa, pero me contuve lo suficiente y no me dejé llevar. En cierta manera era lógico que se tuviese esa visión de mí, al fin y al cabo desde mi tenue e inmaculada relación con Dani no me habían vuelto a ver con ningún chico, y de eso hacía ya mucho.
El cabreo me duró hasta que entramos en la discoteca. Pensé abiertamente enrollarme con Rafa de forma pública y a la vista de todos. Al fin y al cabo Rafa era un tío interesante y apuesto, un candidato ideal. Pero algo dentro de mí me decía que no debía hacerlo y que no debía darle ese gustazo. Descartado Rafa enseguida encontré a otro candidato, y éste sí que era ideal. Ya unas semanas antes me había fijado en él, aunque claro, era lógico fijarse pues era un chico rubio, alto y de ojos verdes, muy guapo y atractivo. Aunque lo que más me gustaba era su elegancia y su prestancia. Manifestaba mucha seguridad en sí mismo y parecía disponer de una personalidad algo altiva pero interesante. ¿Por qué de enrollarme con alguien no hacerlo con el mejor de todos? Además, con lo fetichista que siempre he sido me encantó su forma de vestir: chaleco negro, camisa azul oscuro y pantalones negros.
No fue difícil captar su atención, solo una serie de inocentes miradas fugaces (muy bien disimuladas, pues eso sí que se me da bien) y, al cabo de un rato, acabó acercándose hacía mí. Me hice la sorprendida al verle y francamente no entendí lo que me dijo, pues el nivel de la música en ese momento estaba muy alto, pero, aún así, le sonreí como si le entendiese. En poco tiempo empezamos a contarnos cosas, su nombre era Carlo (al parecer era hijo de padre italiano y madre española) y acababa de empezar ese año la Ingeniera Técnica Industrial. Yo le conté un poco de mi vida, aunque dejé sobre todo que él se explayase con sus historias hasta el punto que aquello parecía más un monólogo que una conversación. En un momento dado me insinuó que nos fuésemos fuera a tomar el aire. Me negué. Quería hacer eso delante de todo el mundo, para que todos (y sobre todo todas) vieran que me podía ligar al tío más bueno de toda la discoteca (y si me apuro diría que de toda la ciudad).
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