Todo iba perfectamente en medio de tanta agitación y excitación hasta que en determinado momento-no sé si por los chupetones o por tener su mano tan cerca de mi muslo- que se me incrustó una imagen en la cabeza. Y esa es exactamente la palabra precisa y exacta: incrustar. Pues se me clavó dentro mi mente y no hubo manera de sacármela de la cabeza a pesar de que me obligué a hacerlo. ¿De qué imagen se trataba? Pues del momento en que Rafa, semanas atrás, estuvo acariciándose su pene muy erecto y yo observándolo a una distancia de cinco metros. No podía dejar de pensar en ese inmenso pene erecto y de la mirada de placer de Rafa. Me sentí violenta al recordar esto. Me sentí tremendamente incómoda. Me cortó el rollo pasional con Carlo y de repente me sentí tan acalorada que me reproché a mi misma mis pensamientos. Me avergoncé.
De repente me sentí incómoda por todo esto y me separé bruscamente de Carlo diciendo: “Necesito tomar el fresco y pasear un poco”. Qué ciertas eran esas palabras porque no eran ningún pretexto, pues necesitaba tomar el fresco y pasear más de lo que yo misma imaginaba. Él mostró una cara indiferente e impasible, parecía un poco contrariado y cabreado por mi brusca reacción, pero enseguida se apartó para que yo me levantará y tomara ese aire tan necesario que me pedía el cuerpo. Pasee por la plazoleta, al principio un poco nerviosa y acelerada pero luego ya más sosegada y tranquila. Carlo me miraba desde la distancia, no decía nada ni tampoco parecía sorprenderse. Finalmente hablo: “Bueno, ¿volvemos a la disco?”. Yo asentí y volvimos a la discoteca, pero esta vez ya sin agarrarnos de la mano. Una vez ya dentro se dirigió a su grupo de amigos y me ignoró por completo. No me ofendió eso. De hecho lo comprendí. Por lo que volví con mi pandilla. El resto de esa noche de sábado fue anodina e insustancial, y me fui para casa más pronto de lo normal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario