El diario de Noa: Capítulo 82º

Todo iba perfectamente en medio de tanta agitación y excitación hasta que en determinado momento-no sé si por los chupetones o por tener su mano tan cerca de mi muslo- que se me incrustó una imagen en la cabeza. Y esa es exactamente la palabra precisa y exacta: incrustar. Pues se me clavó dentro mi mente y no hubo manera de sacármela de la cabeza a pesar de que me obligué a hacerlo. ¿De qué imagen se trataba? Pues del momento en que Rafa, semanas atrás, estuvo acariciándose su pene muy erecto y yo observándolo a una distancia de cinco metros. No podía dejar de pensar en ese inmenso pene erecto y de la mirada de placer de Rafa. Me sentí violenta al recordar esto. Me sentí tremendamente incómoda. Me cortó el rollo pasional con Carlo y de repente me sentí tan acalorada que me reproché a mi misma mis pensamientos. Me avergoncé.

Pero dicha vergüenza no me disuadió de mirar discreta y sutilmente a la entrepierna de Carlo. Lo hice de reojo y con una discreción absoluta. Estoy segura que él no lo noto. En su pantalón vi una leve erección, aun pequeña y poco llamativa, muy lejos de lo de aquella noche con Rafa. Y, de repente, tuve el deseo, por primera vez en mi vida, de desear tocarle ahí para ver si crecía un poco más. A pesar de mis 17 años era la primerísimo vez en toda mi vida que tuve deseos de tocar a un chico e incluso de desnudarle un poco. Nunca había tenido antes esa necesidad. Nunca. Siempre me gustaba el juego de ser yo la deseada y la anhelada por todos, y que fuesen los demás los que deseaban desnudarme y acariciarme. Algo había cambiado Rafa en mí, había despertado una cierta libido e impulso sexual hacía los chicos y ahora, acalorada como estaba, se manifestaba más que nunca. Me volví a avergonzar de pensar esas cosas. Que sintiesen eso los chicos por mí me encantaba, pero al revés me escandalizaba.

De repente me sentí incómoda por todo esto y me separé bruscamente de Carlo diciendo: “Necesito tomar el fresco y pasear un poco”. Qué ciertas eran esas palabras porque no eran ningún pretexto, pues necesitaba tomar el fresco y pasear más de lo que yo misma imaginaba. Él mostró una cara indiferente e impasible, parecía un poco contrariado y cabreado por mi brusca reacción, pero enseguida se apartó para que yo me levantará y tomara ese aire tan necesario que me pedía el cuerpo. Pasee por la plazoleta, al principio un poco nerviosa y acelerada pero luego ya más sosegada y tranquila. Carlo me miraba desde la distancia, no decía nada ni tampoco parecía sorprenderse. Finalmente hablo: “Bueno, ¿volvemos a la disco?”. Yo asentí y volvimos a la discoteca, pero esta vez ya sin agarrarnos de la mano. Una vez ya dentro se dirigió a su grupo de amigos y me ignoró por completo. No me ofendió eso. De hecho lo comprendí. Por lo que volví con mi pandilla. El resto de esa noche de sábado fue anodina e insustancial, y me fui para casa más pronto de lo normal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario