Nada más salir, miré discretamente a mi alrededor a ver si los veía. No los vi, aunque tampoco me alarmé en exceso porque el chalet era grande y también podían estar por la zona de la piscina. En esos momentos mi miraba se cruzó con la de Rafa. Durante toda la barbacoa/fiesta no habíamos intercambiado ninguna palabra y nuestro comportamiento de indiferencia mutua fue el de siempre. Pero en ese momento flojeé, y me planteé muy seriamente el enrollarme bestialmente con él delante de todo el mundo para demostrar a todo lo pasional que era nuestra relación secreta. Pero recapacité y no di el paso. Cierto que llevaba algunas cervezas encima y estaba baja de moral y un poco melancólica y de bajón, pero supe ser lo suficientemente inteligente para seguir manteniendo lo mío con Rafa en secreto y en la privacidad más absoluta. Parte del morbo de mi relación de las fantasías con Rafa era que nadie lo sabía y que era algo entre nosotros en la más pura intimidad.
La fiesta acabó relativamente pronto, como a las 12 de la noche, pero había que pensar que llevábamos más de 12 horas seguidas sin parar y estábamos baldados de cansancio. Habíamos acordado el día anterior dormir todos en el salón en sacos de dormir y así fue. En ese momento fue cuando volví a ver a Edu. Miré desde la distancia su cara como intentando escrutar y sonsacar en su rostro si había pasado algo importante con Graciela. No pude sacar nada en claro, pues su cara era simplemente la misma cara que la de todos los demás, es decir, cara de agotamiento y de querer dormir. En parte fue una bendición este agotamiento, pues nada más meterme en el saco me quedé profundamente dormida y así deje de comerme tanto la cabeza con este dichoso tema. Al día siguiente todo se desarrolló con normalidad: recogimos, limpiamos y nos volvimos para casa. Pero yo tenía ya clavada e incrustada en mi memoria la imagen de Graciela acariciando la entrepierna de Edu por encima del pantalón y, sabía muy bien, que no sería fácil sacármela de ahí.
La fiesta acabó relativamente pronto, como a las 12 de la noche, pero había que pensar que llevábamos más de 12 horas seguidas sin parar y estábamos baldados de cansancio. Habíamos acordado el día anterior dormir todos en el salón en sacos de dormir y así fue. En ese momento fue cuando volví a ver a Edu. Miré desde la distancia su cara como intentando escrutar y sonsacar en su rostro si había pasado algo importante con Graciela. No pude sacar nada en claro, pues su cara era simplemente la misma cara que la de todos los demás, es decir, cara de agotamiento y de querer dormir. En parte fue una bendición este agotamiento, pues nada más meterme en el saco me quedé profundamente dormida y así deje de comerme tanto la cabeza con este dichoso tema. Al día siguiente todo se desarrolló con normalidad: recogimos, limpiamos y nos volvimos para casa. Pero yo tenía ya clavada e incrustada en mi memoria la imagen de Graciela acariciando la entrepierna de Edu por encima del pantalón y, sabía muy bien, que no sería fácil sacármela de ahí.
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