Debo reconocer que en esos momentos, mientras me
acariciaba por encima del chaleco, me hubiera gustado que dijese algo, eso que
se le daba tan bien a Rafa de halagar y piropear mi ropa (cosas como “qué guapa
estás con este chaleco”, “qué bien te sienta está ropa, estás buenísima, estás
perfecta”, “me pones muchísimo vestida así”, etcétera) pero Edu no era Rafa, y
tampoco me importaba tanto que no dijese esas cosas. En cierta manera me daba
igual, porque estaba convencida por completo que lo pensaba aunque no lo
dijera. Rafa tenía más descaro a la hora de hablar y sabía psicológicamente muy
bien lo que yo quería oír en cada momento, pero me daba igual, porque no había
comparación posible entre Rafa y Edu, pues Edu era lo que había estado
esperando durante tantísimo tiempo y sabía que me iba a hacer gozar más que
nadie en el mundo. Por la sencilla razón de que dicho gozo iba a ser tanto
psicológico como físico, y eso supone el mayor placer posible para una chica. Y
no estaba nada equivocada como pude comprobar poco después.
Los besos por detrás de Edu fueron cada vez más fogosos, apasionados y
ardientes. Ya no se limitaba a besar o dar chupetones en mi cuello, sino
también en mis orejas e incluso en mis hombros. La pasión contenida de ambos
era tanta que aún seguíamos en la misma puerta de la entrada. No habíamos
avanzado ni un metro. Ni falta que hacía. Podía notar claramente su deseo por
mí. Y yo me dejaba llevar, me dejaba sentir y solo quería disfrutar cada
segundo de este subidón de sensualidad, efusión y fogosidad adolescente. Cuando
quise darme cuenta ya me estaba acariciando los pechos por encima del chaleco y
jugando con cada uno de los botones de dicho chaleco. Yo empecé a excitarme. No
mucho. Solo una pequeña llamita que empezaba a recorrer mi cuerpo de forma
pausada, tranquila y sin prisas, pero repleta de sensaciones, emociones y
ardor. Como era lógico, no se limitaba solo a acariciar mis pechos, sino que
sus manos se movían con gran destreza, delicadeza y tacto por mi cuello
también. Eso me encantaba, pues compaginar los besos vigorosos con esas
dúctiles caricias me hacían estremecerme de placer. Notaba como mis hormonas
hervían a gran temperatura. Pero si hervían no era por los tocamientos y
caricias, que también, sino por saber que era el mismísimo Edu quien los estaba
haciendo. El factor psicológico jugaba un papel muy importante, yo diría
primordial y esencial, en la sensualidad de dicho momento.
Siempre con mucha delicadeza, cuidado y respeto me desabrochó dos botones del
chaleco, y metió su mano para acariciarme por encima de la camiseta. En esos
momentos pensé que quizás la camiseta que me había puesto era demasiado
sencilla o simplona, y que debería haber elegido una más elegante o una camisa.
Pero me daba igual, al fin y al cabo Edu no era tan fetichista como Rafa, y me
pusiese lo que me hubiera puesto sus caricias por mis pechos hubieran sido
igual de intensas y sentidas. Me excitó muchísimo que me acariciase los pechos
por encima de la camiseta, más de lo que pude imaginar, aunque claro, también
influía los besos incesantes que no paraba de darme por la cara y el cuello,
así como tener su entrepierna tan pegada a mi trasero. Fue como estar en una
sauna, no por el calor, sino por el ardor, escalofrío y emociones que recorrían
cada centímetro de mi cuerpo. Y seguramente por el suyo también, pues no cesó
ni por un segundo de entregarse apasionadamente a mí. Un puro placer tanto
psicológico como físico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario