Como ya he dicho fuimos rodando de un lado a otro del chalet, golpeándonos y chocando contra todo, pero nunca unos choques han sido tan satisfactorios y bien recibidos. Solo en un determinado momento paramos y creo que fue porque ambos fuimos conscientes de dónde nos encontrábamos en ese instante. Estábamos justo en la puerta donde yo el día anterior dije esa frase que desencadenó todo esto y la causante de que las últimas 24 horas hubiesen sido un suplicio de espera y contención. Ambos nos miramos a los ojos, sé que por su cabeza pasó exactamente lo mismo que por la mía, intentamos tranquilizarnos, recuperar la respiración a un ritmo normal y seguir saboreando el momento maravilloso que estábamos viviendo pero sin tanta violencia sensual y movimientos bruscos. El silencio se volvió a apoderar de nosotros, solo nos mirábamos a los ojos mientras intentábamos calmar a nuestro corazón y que nuestra respiración no estuviese tan desbocada. Y, de repente, nos fundimos en un nuevo y apasionado beso lleno de lujuria, pasión y mucha lascivia. Tenía una necesidad casi imperiosa de quitarle de una maldita vez su camisa, lo necesitaba, lo necesitaba tanto como respirar, por lo que yo misma de forma brusca y sin miramientos le quite forzosamente la camisa y se la tiré bien lejos, como había hecho él antes con mi chaleco. Quería ese torso desnudo para mí y quería acariciarlo hasta el último centímetro. Esa necesidad era mutua como muy pronto iba a comprobar.
En un movimiento brusco y convulsivo Edu se abalanzó sobre mis pechos y empezó a comérmelos por encima de la camiseta. Los chupó, los comió y se regodeó en ello al mismo tiempo que me los acariciaba con sus manos. En esos momentos me sentí muy turbada, me hizo vibrar más que nunca y descubre, como nunca antes, lo erógenos que pueden llegar a ser mis pechos. Cierto que Rafa las otras veces ya había jugado mucho con ellos incluso solo con el sujetador, pero no tenía nada que ver con todo esto. Puede que con Rafa estuviese más tensa, nerviosa o incómoda, pero no lo disfruté. En cambio, con Edu era un placer maravilloso contemplar cómo disfrutaba comiéndolos con tanta pasión y deseo. Se suele decir que en una chica el órgano más erótico y sensual es el cerebro. Y es muy posible que sí. Pues a mí todo el juego de preliminares y los factores psicológicos es lo que más me excita, pero en esos momentos era algo netamente físico y un gozo que recorría todo mi cuerpo hasta llegar a mis pechos. Puede que para Edu solo fuese un deseo primario de querer comer las tetas a una chica, pero para mí era un calambrazo brutal que estaba alterando y trastornando todos mis sentidos (vista, oído, olfato, gusto y tacto).
Cierto que en plena adolescencia hasta las cosas más nimias y tontas pueden estimularte muchísimo pues se tienen las hormonas muy revueltas y alocadas, pero nunca como esa noche con Edu volví a sentir más embriaga, estimulada y excitada. Yo simplemente me dejaba llevar. Le besaba la cabeza mientras él seguía concentrando sus besos y chupetones en mis pechos, mientras poco a poco fue subiendo mi camiseta. Hasta ese momento no me había planteado cuál iba a ser el límite máximo que quería llegar con Edu. Si quería que no sobrepasase ciertos límites y que esto fuese solo una aventura light (como las que solía tener con Rafa) entonces este era el momento preciso para decírselo antes de que nos desmadráramos más de la cuenta. A pesar de tener ya 17 años me seguía sintiendo un poco inmadura y tímida y no sabía si estaría preparada para ir a más. Pero por el momento no pensé en ello. Simplemente me dejé llevar. Edu acabó por subirme la camiseta del todo y empezó a comerme las tetas por encima del sujetador con la misma pasión, entrega y fiereza con las que se las había comido antes por encima de la camiseta.
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