Dada la vital importancia de todo lo que estaba ocurriendo, y de todo lo que iba a ocurrir, intenté saborear y disfrutar cada uno de los momentos que se abrían ante mí. Tratando de experimentar paso a paso y obligarme a degustar con todo lujo de detalles el instante histórico que estábamos a punto de vivir conjuntamente Edu y yo. Sabía que, pasase lo que pasase aquella noche, sería algo que nunca olvidaría el resto de mi vida y que su recuerdo me acompañaría para siempre. No tenía nada claro cuál era el límite máximo que me había impuesto en esa noche y hasta dónde llegaríamos, pero lo que sí sabía es que sería especial. Por lo que tímidamente cogí de la mano a Edu y le apoyé junto al armario. Le desabroché el botón del pantalón. No supe seguir. El pudor se apoderó de mí y me sentí cortada y desbordada por todo esto. Él debió percatarse de lo insegura y turbada que estaba, por lo que me besó de nuevo para tranquilizarme. Lo consiguió. Le bajé la cremallera y le empecé a bajar el pantalón poco a poco hasta poco más de las rodillas. Mi clara intención era repetir ese mismo proceso con los calzoncillos pero, a pesar de que realmente lo deseaba, me sentí petrificada y bloqueada y no pude hacerlo. No pasó nada. Él mismo se los bajó, y no solo eso, sino que se quitó del todo el pantalón y los calzoncillos, quedando totalmente desnudo delante de mí. ¿No era acaso ese mi sueño desde los 14 años? Pues no lo sé, en ese momento me invadió la vergüenza y, a pesar de tratarse de Edu, quise no seguir con esto para adelante.
Sé que mi comportamiento era infantil y pueril, y que ya tenía 17 años y, sobre todo, que yo era la causante de toda esta movida entre ambos. Sé que mi actitud era absurda e incoherente, pero el verle desnudo, y tan empalmado de nuevo, ante mí me ruborizó y bloqueó momentáneamente. De nuevo quedé sumergida en mis pensamientos y solo desperté de ellos al verme abrazada por Edu. Me estaba abrazando y besando en los labios, de forma suave y cariñosa, casi paternal. Me encantaron esos besos, así como las caricias que fue dándome por mi espalda y mi cuello. Me hizo relajarme y sentirme muy a gusto. Era justo lo que necesitaba. Sus caricias, poco a poco, fueron tomando un cáliz más erótico y sensual pues acariciaron mis pechos por encima del sujetador. Al final, tras tantas caricias suaves y agradables me acabé excitando casi sin dame yo misma cuenta. Me cogió de la mano y me llevó hasta la cama. Él se sentó en la cama y yo permanecí de pie junto a él. Me miró fijamente a los ojos. De forma penetrante transmitiendo mucho deseo a través de sus ojos. Y, con mucha delicadeza, cuidado y tacto empezó a acariciarme los muslos por encima del pantalón.
Que me acariciase los muslos me produjo escalofríos y un nerviosismo casi infantil Me puso tensa y en estado de alerta, el cual no disminuyó en absoluto pues sus caricias pasaron enseguida de los muslos a mi entrepierna. Y, en ese instante, toda la dulzura que habían caracterizados a los movimientos de Edu se convirtiendo en rudeza y agresividad, pues me apretó la entrepierna con fuerza, intensidad y casi diría que con rabia. Se comportó de forma visceral sacando dentro de sí todo el deseo que llevaba dentro. Yo me quedé más tensa y agarrotada que nunca. Estaba asustada, muy asustada, aterrada por cómo se estaba desarrollando todo y, sobre todo, con la convicción absoluta de que ya no habría forma humana de parar todo esto. Hasta ese momento habría tenido ocasión de pararle los pies y establecerle los límites que no quería que sobrepasase, pero a partir de ahí, ya no había forma de parar esto. Era tal la velocidad, deseo e ímpetu con la que me estaba acariciando que no pude evitar soltar unos gemidos. Fue una mezcla de gemidos de placer y de nervios, una mezcla de deseo y miedo, una mezcla de disfrute y terror. Los tocamientos en mi entrepiernas se complementaron cuando empezó a besarme, chuparme y comerme los pechos por encima del sujetador. Nuevamente gemí y me noté muy excitada, todo era muy sensual y erótico. Edu estaba activando todas las zonas erógenas de mi cuerpo al máximo.
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