Por lo que me impuse disciplina a mi misma, me obligué a no pensar en ello hasta el finde y me dediqué a concentrarme y centrarme en los estudios que los tenía muy descuidados tras los apasionantes acontecimientos de los últimos días. Al fin y al cabo siempre he sido una estudiante excelente y no iba a dejar de serlo porque el tema de Edu me tuviese totalmente nublada la mente. Los días de la semana fueron pasando de forma lenta y desesperante. Es más de una ocasión me dio un vuelco al corazón cuando sonaba mi móvil o recibía algún SMS. Pero ninguna de las veces era Edu. Estaba claro que hasta el fin de semana no habría respuesta y que me tocaba esperar. Por tanto, una vez más, me conciencié en no pensar en estas cosas y esperar a que los acontecimientos del fin de semana se desarrollasen.
Y, ciertamente, no es que empezase muy bien dicho fin de semana. Pues el viernes no salió Edu. Yo, de forma sutil e indiferente, pregunté a la gente el motivo de porqué no salía y la respuesta era bien sencilla: se había ido al cine con Graciela. Eso me olía mal. Me olía francamente mal. ¿Si vas a cortar con una persona vas a perder el tiempo yendo al cine y demorar más aún el asunto? Debía ser el primer viernes que no salía Edu en toda la historia y justamente tiene que ser este viernes decisivo donde por fin se iban a dar respuestas a todas las cuestiones. Me sentí ridícula. Me sentí en cierta manera con el orgullo herido y bastante frustrada. ¿No tenía tantísimas ganas de estar conmigo y así saciar nuestra mutua querencia y deseo del uno por el otro? ¿Es que lo del domingo no fue una prueba definitiva de lo serio que iba nuestro asunto? ¿Es que perder los dos la virginidad no fue un acontecimiento tan brutal, importante y seminal para que fuese un punto de inflexión en nuestras vidas? Pues parecía que para el señorito sí que no lo fue. Me sentí tan tonta. Yo aquí comiéndome la cabeza de esa manera y él mientras disfrutando de su novia en el cine. Ver para creer.
Mis sospechas se confirmaron al día siguiente cuando los vi bien juntitos y felices en el botellón. Yo no quise entrar a trapo y presionarle, quería que lo hiciese a su ritmo y a su manera, pero no iba a consentir que me tomara más el pelo. Me limité a echar insidiosas miradas que él esquivó como si fueran dardos. Me esquivó toda la noche. Y eso aumentó mi crispación y mi cabreo. ¿Es que acaso lo del domingo fue solo para conseguir echar un simple polvo y ya está? No lo creía. Pues le ví completamente colado, entregado, apasionado y feliz junto a mí. Sin embargo la explicación era mucho más sencilla y en breve iba a conocerla. A la primera oportunidad que tuve de poder hablar en la intimidad me acerqué a él y le pedí explicaciones. Él me miró con ojos de ternero degollado y con una inseguridad total en su forma de hablar. Le noté torpe, confundido, descolocado, temeroso y sumamente nervioso por esta situación que le desbordaba. Yo se lo simplifiqué en una sola frase: “¿Pero cuál es el problema?” a lo que respondió como avergonzado: “Es que no sé cómo hacerlo. No sé como no hacerla daño. No sé cómo afrontarlo”. En esos momentos lo vi más claro que nunca. Edu, a pesar de sus 18 años, era un inmaduro absoluto y un cobarde que no sabía ni quería enfrentarse a los problemas. Esquivaba las responsabilidades como un niño pequeño y solo quería huir del problema y que no se le complicase la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario