Esa noche, ya en mi casa, tras cenar, pensaba que lo ocurrido en ese gimnasio con Rafa ocuparía todos mis pensamientos y así debería haber sido. Pero no. No puedo comprender porqué me quedé ensimismada en mi habitación pensando en Edu. Me acuerdo perfectamente estar delante de mi portátil sin llegar a encenderlo pensando en Edu. Así me tiré muchísimo tiempo. ¿Y en qué pensaba? Pues es difícil concretarlo, pero supongo que de forma resumida pensaba en la rabia que aún le tenía. Pues muy dentro de mí quería que hubiésemos sido novios o pareja o un simple rollo, pero haber sido algo. Al fin y al cabo había perdido mi virginidad con él y eso era muy importante para mí. Importantísimo. Lo de aquella noche de Abril fue algo indeleble y a volvía recurrentemente a mi cabeza, a pesar de que esforzaba y me obligaba a no pensar en ello. Que Edu resultase ser un niñato inmaduro, superficial, irresponsable y cobarde (tal y como me demostró al no tener valor para cortar con Graciela) no era motivo suficiente para no dejar de pensar en él. Nunca entendí de verdad a mi corazón o a mis sentimientos, pues estaba más que demostrado que era un niñato indigno de mí y, sin embargo, ahí estaba yo perdiendo el tiempo pensando en él.
Por lo que, diligentemente, allí estaba yo de nuevo quedando con Rafa a la misma hora y en el mismo sitio que el día anterior. Es decir, a la puerta del gimnasio de su tío. Cuando llegué allí él ya estaba esperando. Me agradó ver la honesta sonrisa que se le formó al verme. Desde que me vio no paró de sonreír, sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta del gimnasio sin cesar de sonreír. En muchos aspectos era como un niño pequeño, risueño y alegre como si estuviese en un parque de atracciones. A pesar de que Rafa era dos años mayor que yo se le veía en muchos aspectos mucho más inmaduro y atolondrado. Aunque he de reconocer que me encantaba el efecto que producía en él. Nada más entrar dentro empezó a hablar sin parar: “¿Sabes una cosa? Estaba segurísimo que hoy ibas a traer esa camiseta de tirantes violeta. Estaba segurísimo. Lo presentía. Tenía la intuición y no me ha fallado. He acertado totalmente. No sé porqué pero me hacía ilusión que vinieses con esa camiseta. Aunque también es cierto que pensaba que te la pondrías con esos shorts blancos que tienes en vez de con estos short vaqueros que llevas. Pero vamos, que me da igual, estás preciosa igualmente”. Tras esté entusiasta monólogo calló por fin la boca y consiguió sacarme una sonrisa. Me había agradado escuchar todo eso. Siempre sabía lo que me gustaba oír y eso siempre era de agradecer. Bromee diciendo: “bueno, si quieres, me voy a casa y ya mañana vengo con esos shorts blancos” a lo que él respondió velozmente: “No, no, no, si estás preciosa, estás fabulosa así”. Evidentemente no se dio cuenta que estaba bromeando. Lo que yo decía: era como un niño pequeño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario