El diario de Noa: capítulo 129º

Por un instante me pareció un poco más tímido y retraído que el día anterior. Como más inseguro de sí mismo. Podía percibir la ilusión y el entusiasmo en sus ojos pero con cierta inseguridad de no saber cómo obrar. Finalmente pareció recobrar la confianza en sí mismo y me agarró de la mano. Me llevo enfrente de uno de los grandes espejos. Estaba claro que él se había dado cuenta perfectamente de que el rollo de los espejos fue lo que más me gustó del día anterior e iba a sacar provecho de ello. Se colocó detrás mía y me abrazó por detrás mientras los dos nos reflejábamos en el espejo. Estaba segura de que empezaría a darme besos en el cuello y la cara como el día anterior. Pero no. En absoluto. En vez de eso soltó un largo parlamento que me desconcertó, aunque para ser justa me encantó más que cualquier beso o chupetón.

Es muy difícil acordarme de todo lo que dijo pero intentaré resumir más o menos lo que vino a decir. Empezó diciendo algo así como: “¿Has visto la impresionante rubia que se refleja en el espejo? ¿A qué está buenísima? Es espectacular. Y qué decir de su ropa y lo elegante que es siempre. Fíjate en esta camiseta de tirantes. En cualquier otra chica nunca resultaría tan sexy, deliciosa y sensual, aparte de sumamente elegante y bonita. Por no hablar de estos shorts con ese culete tan maravilloso y perfecto. Aunque claro, todo en ella es perfecto. Todo en ella es deseable. Todo en ella es pura pasión”. Me encantaba el efecto que se producía al hablar de mí en tercera persona y sobre todo vernos reflejados ambos en el espejo. Si directamente me hubiese dicho todos esos piropos probablemente no hubiesen causado el mismo efecto. Pero el jugar conmigo contándomelo en tercera persona le daba mucho morbo y encanto. No sé que tendría de especial la situación, pero a mí me dio morbo y me maravilló. Supo ganarse con creces mi atención y me tuvo expectante en todo momento.

Rafa siguió hablando para mí (bueno, para mí o para esa tercera persona inexistente) aunque el tono de sus palabras se tornaron un poco más candentes, eróticas y hasta lujuriosas. Porque empezó a decir cosas como: “Es tal la perfección de su cuerpo que da hasta miedo rozarlo. Sus curvas son el sueño de cualquier persona. Lo que yo daría por tocar solo un poco su cuello”. Y acto seguido con una de sus manos acarició mi cuello de forma lenta y pausada. He de reconocer que supo camelarme perfectamente. Supo ganarme al 100%. El explicar con palabras el anhelo por tocarme y acto seguido hacerlo para así cumplir su sueño me excitó y estimuló mucho. Eso tenía mucho morbo sin duda. Pues sabía transmitir muy bien con palabras el sufrimiento, la frustración, el deseo y el ansía por poder hacerlo, y acto seguido podía ver cumplido su ansiado sueño como si de una recompensa celestial se tratase, lo cual le proporcionaba una especie de catarsis suprema.

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