La cara de Rafa era de un desconcierto y un pasmo asombroso. Estaba flipado y totalmente descolocado por mi personal reacción. Él nunca supo el porqué de mi comportamiento aquella tarde, y no creo que le importase mucho, yo solo sé que tenía que descargar toda la ira contenida que tenía dentro de mí y que quería desprenderla. ¿Y con quién mejor que con Rafa? ¿Quién más que Rafa se lo había ganado y quién más que él se lo había currado desde siempre? Se podría decir que fue por venganza, resentimiento o despecho, pero yo creo que fue mucho más allá de ello, porque lo que necesitaba con urgencia era olvidarme del todo de Edu y para ello Rafa siempre había sido el mejor antídoto. Un antídoto infalible.
Todo se desarrolló a gran velocidad. De hecho, desde cierto punto de vista fue muy divertido y gracioso, pues Rafa era incapaz de abrir la puerta del gimnasio porque yo no le dejaba de besar y abrazar. Lo cual le ponía todavía más nervioso, pues la ansiedad por abrir la dichosa puerta se había convertido en su primera prioridad. Finalmente, tras un gran esfuerzo de destreza consiguió que entráramos dentro. Yo era una persona totalmente diferente a la de los dos días anteriores. El notición de Edu me había alterado hormonalmente y tenía dentro de mí un volcán que no sabía cómo apagar. Por lo que solo me dejé llevar por mi instinto, lo cual, sin duda, Rafa agradeció. Los besos entre ambos no cesaron ni por una décima de segundo, ya fuesen en la boca, en la mejilla o en el cuello, fueron continuos y apasionados. Yo me acerqué a su oído y le susurré: “Entonces ¿estos son los shorts blancos que tanto te gustan y tanto te ponen?” Él no respondió, al menos no respondió con palabras, pero si con acciones pues intensificó sus besos y caricias en mi espalda. Yo seguí caldeando el ambiente al decir: “Hay que ver el efecto que tienen unos simples pantaloncitos blancos, jajajaja”. Eso era justo lo que necesitaba para motivarse más y arrancar todo lo que llevaba dentro, pues me apretó el culo con ambas manos, con fuerza, con firmeza y, sin darme tiempo a respirar, me alzó en alto apoyándome contra una pared.
Cierto que Rafa tenía ya 19 años y era mucho más fuerte y alto que yo, pero aún así me sorprendió esa demostración de fuerza dejándose llevar por la adrenalina y alzándome por el culo. Me tenía sujeta contra la pared y empezó a besar mis pechos por encima de la camiseta. Empezó a murmurar para sí mismo: “umm, imposible decidirme qué camiseta de tirantes me gusta más, si la violeta de ayer, o esta azul, estás preciosa con cualquiera”. No paraba de comerme los pechos y de susurrar cosas que ya no llegué a entender porque las decía apenas sin vocalizar. Es increíble la fuerza de sus brazos de tenerme cogida así contra la pared durante tantos minutos. Comprendo que el subidón de adrenalina, pasión y deseo le proporcionase una considerable fuerza momentánea, pero por lo menos habían pasado ya 3 minutos así y seguía manteniéndome alzaba agarrada por el culo. Cuando ya no pudo soportar más me soltó pero los besos sobre mis pechos no cesaron. Estaba sudando, agotado y muy nervioso, totalmente alterado. En un arranque violento se apartó de mí un par de metros y se quitó su camiseta, tirándola muy lejos. No me extrañaba que tuviese esa necesidad, pues estaba sudando de verdad.
Todo se desarrolló a gran velocidad. De hecho, desde cierto punto de vista fue muy divertido y gracioso, pues Rafa era incapaz de abrir la puerta del gimnasio porque yo no le dejaba de besar y abrazar. Lo cual le ponía todavía más nervioso, pues la ansiedad por abrir la dichosa puerta se había convertido en su primera prioridad. Finalmente, tras un gran esfuerzo de destreza consiguió que entráramos dentro. Yo era una persona totalmente diferente a la de los dos días anteriores. El notición de Edu me había alterado hormonalmente y tenía dentro de mí un volcán que no sabía cómo apagar. Por lo que solo me dejé llevar por mi instinto, lo cual, sin duda, Rafa agradeció. Los besos entre ambos no cesaron ni por una décima de segundo, ya fuesen en la boca, en la mejilla o en el cuello, fueron continuos y apasionados. Yo me acerqué a su oído y le susurré: “Entonces ¿estos son los shorts blancos que tanto te gustan y tanto te ponen?” Él no respondió, al menos no respondió con palabras, pero si con acciones pues intensificó sus besos y caricias en mi espalda. Yo seguí caldeando el ambiente al decir: “Hay que ver el efecto que tienen unos simples pantaloncitos blancos, jajajaja”. Eso era justo lo que necesitaba para motivarse más y arrancar todo lo que llevaba dentro, pues me apretó el culo con ambas manos, con fuerza, con firmeza y, sin darme tiempo a respirar, me alzó en alto apoyándome contra una pared.
Cierto que Rafa tenía ya 19 años y era mucho más fuerte y alto que yo, pero aún así me sorprendió esa demostración de fuerza dejándose llevar por la adrenalina y alzándome por el culo. Me tenía sujeta contra la pared y empezó a besar mis pechos por encima de la camiseta. Empezó a murmurar para sí mismo: “umm, imposible decidirme qué camiseta de tirantes me gusta más, si la violeta de ayer, o esta azul, estás preciosa con cualquiera”. No paraba de comerme los pechos y de susurrar cosas que ya no llegué a entender porque las decía apenas sin vocalizar. Es increíble la fuerza de sus brazos de tenerme cogida así contra la pared durante tantos minutos. Comprendo que el subidón de adrenalina, pasión y deseo le proporcionase una considerable fuerza momentánea, pero por lo menos habían pasado ya 3 minutos así y seguía manteniéndome alzaba agarrada por el culo. Cuando ya no pudo soportar más me soltó pero los besos sobre mis pechos no cesaron. Estaba sudando, agotado y muy nervioso, totalmente alterado. En un arranque violento se apartó de mí un par de metros y se quitó su camiseta, tirándola muy lejos. No me extrañaba que tuviese esa necesidad, pues estaba sudando de verdad.
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