Fuera como fuera, estaba claro que no sabía qué hacer con mi vida. Cierto que todas estas reflexiones y comeduras de tarros tan sesudas son muy típicas de la adolescencia, y yo a mis 17 años estaba en plena pubertad con las hormonas revolucionadas y dándole quizás una importancia excesiva a estos temas, pero no podía evitarlo. Estas cosas me consumían el 100% de mi tiempo. Cierto que había más cosas en mi vida y que no todo se limitaba al dichoso tema recurrente de Edu/Rafa pero era, sin ningún género de dudas, lo que más me obsesionaba y fascinaba aquellos años. Por otro lado era realmente curioso como, siendo muy amiga de mis amigas, siempre mantuve todos estos encuentros tan apasionados y pseudoeróticos en el más estricto de los secretos y no se los confesé nunca nadie, ni siquiera a Jennifer. Siempre fui una acérrima celosa de mi privacidad y no quería confiarme a nadie. No porque no me fiase. De hecho a algunas de mis amigas les confesé y les confíe otras cosas igual de importantes y privadas, pero en el terreno sentimental/sexual fui de una discreción brutal y siempre oculté todo lo que me pasó en aquellos años. Aunque eso me conllevase llevar un poco la etiqueta de tía estrecha y altiva que nunca se enrolla con los chicos y que pasa de ellos cuando en la realidad era mucho más activa que todas ellas. Toda una paradoja, sí señor.
La cuestión principal es que mientras yo andaba al día siguiente sumida en todos estos pensamientos me llegó repentinamente el esperado SMS de Rafa. Como siempre en él fue escueto y preciso: “a las 7 donde siempre”. No se podía decir que fuese el SMS más cariñoso, apasionado y afectivo del mundo pero estaba claro que seguía resentido y mosqueado. A las 6 empecé a prepararme. Me puse una camiseta de tirantes granate y el short blanco que tanto le gustaba a él. Puntual como un reloj me presentó a las 7 en punto en la puerta del gimnasio particular de su tío. Si en algún momento dudé de si seguía mosqueado o no, lo pude comprobar nada más verle la cara, pues seguía con el mismo semblante de crispación y cabreo del día anterior. De todos modos pude notar un cierto brillo en sus ojos que le delataba que estaba ilusionado por verme. Entramos en el gimnasio sin mediar palabra y más me valdría que hubiesemos seguido ambos sin decir una palabra porque me soltó un discurso recriminativo que me puso a caldo. Estaba claro que había estado pensándolo durante todo el día y que ahora lo soltaba lleno de frustración, rencor y muy cansado por tantos meses de jueguecitos en plan light.
No hay comentarios:
Publicar un comentario