Ambos salimos del gimnasio y nos despedimos afectuosamente al llegar a mi portal. No con un beso, pues al fin y al cabo no éramos novios ni nada parecido, pero si con una suave y tierna caricia en las manos al mismo tiempo que me preguntaba: “¿te apetece quedar mañana a la misma hora?”. Yo asentí con la cabeza. Y fue realmente un acto reflejo pues ni había escuchado la pregunta ni pensé por un segundo la respuesta. Pero cuando quise reaccionar ya Rafa había desaparecido de mi portal. Esa noche en la cama, al recordar todo lo que había pasado, mi corazón empezó a acelerarse y a desbocarse tanto que era incapaz de dormirme. Acababa de hacer el amor por segunda vez en mi vida y había sido igual de apasionante y determinante que la primera vez cinco meses atrás. En esos momentos fue cuando me acordé del SMS de Edu que aún estaba sin responder. Cogí el móvil. Lo volví a leer y dije llena de orgullo y dignidad: “que le den”. Y acto seguido me quedé profundamente dormida.
Al día siguiente, a pesar de ser todavía un veraniego día de Septiembre, yo no dejaba de tener escalofríos y temblores por todo el cuerpo. Desde que me levanté estaba inquieta y nerviosa. Me di cuenta perfectamente que la única forma de aplacar mi nerviosismo era haciendo cosas sin parar por lo que me puse a ayudar en casa a mi madre, luego quedé con las amigas para charlar, luego ordené mi habitación, etcétera. Cualquier cosa con tal de hacer tiempo hasta mi cita con Rafa y aplacar esa inquietud que me producía tanta ansiedad. ¿Por qué estaba tan nerviosa si había quedado cientos de veces antes con Rafa para estos juegos y encuentros? ¿Tanto había cambiado mi concepto respecto a él después de hacer el amor el día anterior? En parte era absurdo el estar nerviosa, pero estaba claro que lo del día anterior fue un importantísimo punto de inflexión en nuestros encuentros. Habíamos pasado ya al siguiente nivel y ya nada tenía que ver con lo ocurrido hasta entonces. ¿Tan trascendental era el sexo como para trastocarme tanto y ponerme tan nerviosa? Pues sí, parecía que sí. De todos modos una cosa tenía clara, muy clara, y era que lo del día anterior era algo excepcional y que no se volvería a repetir. Seguiríamos con nuestros juegos entre light y menos light pero nunca volveríamos a llegar a un extremo tan salvaje como el día anterior. Quería volver a imponer ciertos límites y no desmadrarnos todo. Al fin y al cabo a mí lo que más me seguía excitando era el juego del deseo y el fetichismo y no el acto sexual en sí.
Al día siguiente, a pesar de ser todavía un veraniego día de Septiembre, yo no dejaba de tener escalofríos y temblores por todo el cuerpo. Desde que me levanté estaba inquieta y nerviosa. Me di cuenta perfectamente que la única forma de aplacar mi nerviosismo era haciendo cosas sin parar por lo que me puse a ayudar en casa a mi madre, luego quedé con las amigas para charlar, luego ordené mi habitación, etcétera. Cualquier cosa con tal de hacer tiempo hasta mi cita con Rafa y aplacar esa inquietud que me producía tanta ansiedad. ¿Por qué estaba tan nerviosa si había quedado cientos de veces antes con Rafa para estos juegos y encuentros? ¿Tanto había cambiado mi concepto respecto a él después de hacer el amor el día anterior? En parte era absurdo el estar nerviosa, pero estaba claro que lo del día anterior fue un importantísimo punto de inflexión en nuestros encuentros. Habíamos pasado ya al siguiente nivel y ya nada tenía que ver con lo ocurrido hasta entonces. ¿Tan trascendental era el sexo como para trastocarme tanto y ponerme tan nerviosa? Pues sí, parecía que sí. De todos modos una cosa tenía clara, muy clara, y era que lo del día anterior era algo excepcional y que no se volvería a repetir. Seguiríamos con nuestros juegos entre light y menos light pero nunca volveríamos a llegar a un extremo tan salvaje como el día anterior. Quería volver a imponer ciertos límites y no desmadrarnos todo. Al fin y al cabo a mí lo que más me seguía excitando era el juego del deseo y el fetichismo y no el acto sexual en sí.
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