Rafa no dejaba de tocarme y acariciarme los pechos con fuerza y pasión. De repente soltó: “que ganas tengo de ver estas tetas, tengo unas ganas locas de verlas y tocarlas”. Era cierto, a pesar la inmensa fogosidad y desenfreno del día anterior mientras hicimos el amor, no llegó nunca a quitarme la camiseta ni a verme los pechos. Yo me sentía un poco confundida, pues por una parte no quería que esto se desmadrase mucho pero por otro lado me sentía con ganas de excitarle, incitarle y provocarle para ver si conseguía una inmensa erección otra vez. Por lo que cuando empezó a bajarme los tirantes de mi vestido no hice nada para impedírselo. Pensé: “bahh, ya le pararé esos avances otro día, ya en el futuro pondremos las reglas y las restricciones, pero hoy dejémonos llevar”. Estaba claro que aún estaba influida por el envolvente y brutal ambiente erótico de 24 horas antes. Rafa saboreó mucho lo de bajarme los tirantes, pues lo hizo muy lentamente mientras me comía los pechos sin parar al tiempo que decía: “que tetitas más preciosas, que tetitas más maravillosas”. Acabó quitándome el vestido del todo pero no me lo quito con furia, con fiereza o con violencia, sino con suavidad, delicadeza y saboreando cada momento. Al cabo de un minuto estaba solo en sujetador y braguitas y cierto pudor se apoderó de mí.
Si yo tenía pudor, Rafa tenía exactamente todo lo contrario, pues se encontraba desinhibido, risueño y feliz dejándose llevar por sus impulsos e instintos más primarios. Se abalanzó sobre mis pechos y empezó a comérmelos por encima del sujetador mientras murmuraba muchas cosas de las que solo podía entender algo así como “tetitas preciosas” y, de repente, al igual que el día anterior, la vehemencia se apoderó de él y me bajó con fuerza y rabia el sujetador del todo. El contemplar mis pechos por primera vez le aportó un brillo en sus ojos que me sorprendió. Nunca había visto ese brillo tan especial e intenso en sus ojos, y nunca volvería a vérselo, pero sus ojos y su sonrisa manifestaban una felicidad y deseo consumado al contemplar los pechos. Sin duda era muy especial ese momento para él, ¿sería acaso la primera vez en su vida que le veía las tetas a una chica? Parecía raro pues Rafa tenía ya 19 años y siempre parecía que tenía mucho éxito con las chicas, pero estaba tan ensimismado contemplando mis pechos que todo parecía indicar que sí que era la primera vez que se enfrentaba a este momento. Y si me había bajado el sujetador con vehemencia se lanzó con mucha más violencia a tocarme y besarme los pechos. No cesó de comérmelos y saborearlos, como si la vida le fuese en ello. Cada vez más aceleradamente los fue acariciando y tocando. A veces los tocaba con violencia y agresividad, y otras veces con ternura y tacto. En ambos caso a mí me encantaba.
Si yo tenía pudor, Rafa tenía exactamente todo lo contrario, pues se encontraba desinhibido, risueño y feliz dejándose llevar por sus impulsos e instintos más primarios. Se abalanzó sobre mis pechos y empezó a comérmelos por encima del sujetador mientras murmuraba muchas cosas de las que solo podía entender algo así como “tetitas preciosas” y, de repente, al igual que el día anterior, la vehemencia se apoderó de él y me bajó con fuerza y rabia el sujetador del todo. El contemplar mis pechos por primera vez le aportó un brillo en sus ojos que me sorprendió. Nunca había visto ese brillo tan especial e intenso en sus ojos, y nunca volvería a vérselo, pero sus ojos y su sonrisa manifestaban una felicidad y deseo consumado al contemplar los pechos. Sin duda era muy especial ese momento para él, ¿sería acaso la primera vez en su vida que le veía las tetas a una chica? Parecía raro pues Rafa tenía ya 19 años y siempre parecía que tenía mucho éxito con las chicas, pero estaba tan ensimismado contemplando mis pechos que todo parecía indicar que sí que era la primera vez que se enfrentaba a este momento. Y si me había bajado el sujetador con vehemencia se lanzó con mucha más violencia a tocarme y besarme los pechos. No cesó de comérmelos y saborearlos, como si la vida le fuese en ello. Cada vez más aceleradamente los fue acariciando y tocando. A veces los tocaba con violencia y agresividad, y otras veces con ternura y tacto. En ambos caso a mí me encantaba.
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