Puede que hasta ese momento mi mundo se hubiese regido por la sensualidad y el deseo, es decir, el provocar y estimular con juegos, fantasías, fetichismo y encuentros el deseo de la otra persona, pero ahora solo se regía por la sexualidad y por el placer del acto sexual. En cierta manera quería que siguiesen por siempre los juegos y las fantasías light para hacerle sufrir y potenciar su líbido, pero no podía negar que en esos momentos estaba tan necesitaba de sexo como él (bueno, quizás no tanto). Me estaba descubriendo a mí misma una faceta mía totalmente desconocida y eso me desconcertaba. Si se piensa fríamente era realmente sorprendente: yo que siempre había disfrutado tantísimo con los preliminares y los jueguecitos light de las fantasías ahora solo quería todo lo contrario, es decir, ir directamente al grano, ir directamente al acto sexual y dar rienda suelta a mi sexualidad. Era como si tras tantísimos meses (incluso años, recordemos que esto empezó con Edu a los 14 años) ya hubiese rebosado el vaso de toda la sensualidad acumulada y ahora necesitase exprimir todo el deseo acumulado y expulsar toda la líbido contenida dentro de mí. Me sorprendí muchísimo a mí misma de cómo fui consciente de mi propia sexualidad y una vez más me maravillé de la infinita paciencia que había demostrado Rafa durante tantísimos meses.
¿Qué ocurrió a partir de entonces? Pues algo que jamás pude imaginar, es decir, que nuestros encuentros todas las tardes se convertían en un manantial de follar (por utilizar una expresión que utilizaría un chico) y que durante varios días no hicimos otra cosa que practicar sexo sin parar (una tarde incluso lo hicimos hasta tres veces y todas ellas de igual intensidad y fogosidad). Rafa se desfogaba todas las tardes como si la vida le fuese en ello (eso sí, siempre con preservativo) y yo me relajaba para disfrutar esos momentos tan excitantes y eróticos. Era puro fuego nuestros encuentros. La ropa, una vez que entrábamos en el gimnasio, no nos duraba ni 10 segundos y desde el primer instante todo era pasión, deseo y entrega. En parte era lógico, habían sido tantos y tantos meses de espera, sufrimiento y paciencia que ahora Rafa quería desahogarse sexualmente con una fiereza, brutalidad y salvajismo animal. No recuerdo que en ningún momento parase ni por un segundo ni para respirar. Solo deseaba practicar sexo sin parar y saciarse una y otra vez. Y lo mismo se podía decir de mí. Sí, de mí, quien me había visto y quien me ve. Pasar de la virginidad más brutal (si exceptuamos la inolvidable con Edu) a estar todos los días haciéndolo y disfrutándolo. Cierto que ya no era una niña, ya tenía 17 años y me consideraba muy adulta y madura, pero muy dentro de mí siempre estaba esa niña de 14 años que se excito con las caricias de Edu mientras se hacía la dormida y que ahora necesitaba disfrutar esa sexualidad contenida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario