Cuando cesó de reírse se hizo un molesto silencio en la habitación. De repente nos quedamos los dos sin saber de qué hablar ni qué decir. Finalmente Rafa rompió el hielo preguntando: “¿Y tus hermanos dónde están? ¿En el chalet también?”. Le respondí: “No, que va, se han ido hasta el País Vasco a un concierto de ‘Extremoduro’, joder, esos sí que viven bien, siempre de conciertos, juergas, acampadas y fiestas”. Rafa no desaprovechó la oportunidad para soltar con ironía otra frase: “bueno, no te quejes, tú tampoco estás viviendo nada mal últimamente”. Y se volvió a reír, más que nada para quitarle trascendencia e importancia a esa frase, no fuese yo a cabrearme por sus insinuaciones de nuestros encuentros. En plan bocazas volvió a soltarme otra frase para que se siguiera hablando del tema: “de todos modos hace siglos ya de eso, porque en todo el Otoño no hemos quedado ni una sola vez”. La gracia residía en que estábamos a 22 de Septiembre, es decir, llevábamos solo un día de Otoño. No sé porque le permitía que siguiera con esas indirectas, alusiones y memeces. Yo no quería volver a tener ninguna fantasía más con él y lo que dije días atrás de que no volveríamos a estar juntos lo dije muy en serio. Por tanto ¿por qué mi subconsciente le seguía riendo las gracias y le seguía dando cuerda para que tontease conmigo? ¿Por qué no le cortaba en seco y le decía de una vez que se largara de mi casa? ¿Es que estaba tan asustada, siempre de forma subconsciente, por una posible futura relación con Edu que necesitaba las fantasías de Rafa para que me sirvieran de antídoto y distracción?
Digamos que tenía, como siempre en mí, una especie de lucha interna que me hacía dudar sobre si Rafa era imprescindible en mi vida. La gran verdad irrefutable es que siempre que había tenido una crisis o agobio con el tema de Edu enseguida Rafa me había servido para hacérmela olvidar al 100%. Mi relación de fantasías, encuentros o relaciones sexuales con Rafa eran muy efectivas siempre para quitarme de encima todos los agobios por Edu, pero ¿no era ya hora de madurar y dejarme de tantas gilipolleces pueriles e infantiles y afrontar de una vez por todas mi posible relación con Edu? Cuántas veces me cuestioné eso y cuántas veces no obtuve ninguna respuesta satisfactoria. Me encontraba, como siempre, sumida en estos pensamientos y reflexiones mientras Rafa seguía hablando cuándo decidí volver a prestar atención a su conversación. Me estaba hablando del pantalón negro que llevaba puesto en ese momento. Me decía: “hay que ver que guapísima estás con ese pantalón negro, estás guapísima, preciosa y buenísima, te queda de maravilla. Pero me encantaría vértelo puesto con la camisa rosa en vez de con esa camiseta blanca que llevas. Con la camisa rosa seguro que estarás aún más preciosa”. Y señaló a la bolsa de Ralph Lauren donde seguían las dos camisas que había traído consigo. Por supuesto yo me sentí halagada por esos piropos, pero no estaba dispuesta a darle el gusto de en plan sumisa quitarme o ponerme lo que al tío le diese la gana. Mi orgullo seguía herido y no quería contentarle después de lo del otro día.
Iba a abrir la boca para decirle tajantemente que se olvidase de esas tonterías de cambiarme de ropa pero, justo antes de ese momento, debió leerme la mente porque fue él el que dijo: “Anda, déjalo, si es una tontería, una memez. Era solo que me apetecía ver cómo te quedaba esa camisa rosa con esos pantalones negros, pero vamos, es una gilipollez, no lo hagas”. No soy tonta. Sabía perfectamente que estaba utilizando psicología inversa para conseguir su propósito y yo no iba a ser tan estúpida como para picar. Sin embargo, debo reconocer que un poco de morbo sí que me daba la situación: sola en mi propia casa donde nunca habíamos estado antes Rafa y yo, el rollo fetichista de la camisa rosa con el pantalón negro y, sobre todo, el percibir de nuevo el inmenso deseo de Rafa hacía mí. Por lo que con sorpresa inesperada, tanto para él como para mí, dije: “bueno, vale, me la pondré, pero solo un minuto”. Rafa no dijo nada. Ni siquiera percibí sorpresa en su rostro. Solo permaneció callado y expectante a ver lo que yo hacía. Me empecé a quitar la camiseta blanca y le dije: “mira hacía otro lado”. Sé que era absurdo, pues en el último mes me había visto desnuda ya varias veces, pero en ese momento sentí pudor y no quise que me viera en sujetador. Él obedeció sin poner ningún reparo. Apartó la vista. Yo me quité la camiseta, saqué de la bolsa la camisa rosa y me la puse. Antes de darle permiso para volver a mirarme me estuve mirando en el espejo colocándomela por dentro del pantalón. Lo cierto es que quedaba muy bien. Estaba muy guapa y elegante, y me gustaba cómo me quedaba. Combinaba de maravilla la camisa con el pantalón negro. Al cabo de un par de minutos le dije: “Vale, ya puedes mirar”.
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