Porque el partido de tenis fue de todo menos amateur y tranquilo. Fue dinámico, frenético, vital y hasta agresivo. Noté perfectamente como Edu me lanzaba todas las pelotas a mí con muchísima fuerza y agresividad. Era como si tuviera muchísima frustración y crispación interna y la descargaba golpeando fuerte la pelota. Fue un esfuerzo físico descomunal. Una pasada. Venga a correr los cuatro por toda la pista detrás de las pelotas. Nunca había hecho tantísimo ejercicio como ese día. Y, lo curioso, es que la rabia y fiereza de Edu al golpear no disminuyó según pasaron los minutos sino que, paradójicamente, cada vez fue golpeando más fuerte, con más vehemencia y sobre todo con mayor agresividad. Y siempre hacía mí. Siempre. Como si necesitase expulsar los demonios internos que llevaba dentro. Fue toda una declaración y manifestación de odio y rabia hacía mí. Eso no fue un partido de tenis. Fue directamente una batalla campal donde la frustración entre ambos hizo que el partido se acelerase a extremos casi insoportables. Estoy segura que Antonio y Jordi se quedaron flipados, pues lo que iba a ser un tranquilo partidito de tenis para pasar la mañana del domingo acabó siendo un manantial de agresividad y esfuerzo físico brutal. El partido duró una hora y todos quedamos destrozados de cansancio, totalmente extenuados y desfallecidos por el brutal esfuerzo físico. Pero si pensaba que ahí se iba a acabar todo estaba muy equivocada.
Lo más fuerte aún estaba por pasar y no se haría esperar. Antonio y Jordi iban delante de nosotros rumbo a los vestuarios para ducharnos y cambiarnos de ropa. Cuando noté la mano de Edu que cogía mi mano para que ralentizara el paso. Eso hicimos. Ralentizamos el paso lo suficiente para que Antonio y Jordi entraran unos segundos antes en el vestuario. Entonces todo fue muy frenético y rápido, no solo es que no lo viera venir sino que ni me dio tiempo casi a asimilarlo. Porque Edu miró a su alrededor para cerciorarse que nadie podía vernos y me empujó suavemente contra la pared del vestuario. Acto seguido se lanzó a mis pechos y empezó a comérmelos por encima del polo. Ambos estábamos todavía agotados y extenuados por lo que no parábamos de jadear y de sudar, pero incluso ahora (con esos besos en mis pechos) sudé más todavía y jadee durante unos segundos lo que nunca he jadeado antes. Fue un subidón adrenalítico impresionante. Fue una acumulación de factores impresionantes: la adrenalina a tope por el frenético partido de tenis, la situación tan erótica contra la pared, el comerme los pechos por encima del polo con tanta ansia como si la vida le fuese en ello, lo inesperado y brusquedad de esta situación, etcétera. Sin olvidar, claro está, que era Edu quien lo estaba haciendo y demostrando una vez más cómo me deseaba y que el gran esfuerzo físico del partido no había conseguido mermar todo el deseo, frustración y anhelo que tenía por mí. Es más, yo creo que incluso el partido le excitó y le incitó más todavía para ese arrebato brutal que le dio ahí en los vestuarios.
No podría decir cuánto duró ese arrebato, pero dudo mucho que fueran más de 10 segundos, solo que fue todo tan intenso, sensual, inesperado y, sobre todo, anhelado que a mí me parecieron minutos enteros. Yo me quedé totalmente desconcertada y descolocada. Estaba aturdida y aún jadeando por el dichoso partido (y bueno, por lo que no era el partido). Solo sé que me quedé petrificada, nerviosa y sin saber qué hacer y decir. Menos mal que Edu tomó, de forma madura y responsable, la iniciativa y me dijo: “Necesito que quedemos esta tarde para charlar. Por favor, ¿quedamos a eso de las 7 en tu portal?” Estaba tan aturdida, flipada y embobada por todo lo que estaba pasando que no salió ninguna palabra de mi boca. Solo asentí torpemente con la cabeza. El subidón de adrenalina que tenía en esos momentos no me dejaba ni pensar, por lo que agradecí entrar acto seguido en mi vestuario para tranquilizar así a mi agitado corazón el cual estaba sufriendo unas taquicardias sin parar. Solo después de tirarme diez minutos bajo la ducha conseguí tranquilizar los nervios y empezar a sosegarme, y, lo que era más importante, empezar a asimilar y reflexionar sobre lo que acababa de pasar. Fue la ducha más necesaria y sedante que he tomado en mi vida y me ayudó a procesar todo lo que había ocurrido. Cuando salí de la ducha me vestí, me miré en el espejo, respiré profundamente y salí del cuarto de las duchas de los vestuarios.
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