Estábamos tomando algo dentro de una cafetería cuando se lo solté de golpe. Le dije: “Oye Edu, nunca hemos hablado de lo que pasó en mi casa aquellas dos veces que entrastes en mi habitación y yo me hice la dormida”. La reacción fue fulminante: Edu se sonrojó y ruborizó muchísimo, tanto que creí que le iba a dar algo. Jamás pensé que reaccionase así pero el pudor que le invadió le dejó sin habla. Parecía como si lo que ocurrió aquellas dos noches estuviese oculto y encerrado bajo llave en su memoria y al tratarlo se escandalizase. Casi me quedé cortada al verle tan apurado y agobiado. No dijo ni una palabra. Es más, su cara reflejaba que quería cambiar urgentemente de tema y obviar por completo la frase que acababa de decir. Tardo muchísimo en recobrar la tranquilidad y de dejar de ruborizarse. Supongo que nunca asumió, a pesar de que se lo dejé bien claro en Abril aquella noche hacía ya más de 6 meses, que aquello había pasado de verdad. Es decir, que su mente no podía aceptar que en esos dos encuentros a los 14 y 15 años yo estuve despierta todo el rato y que no fue él el único que disfrutó y que se enteró de todo. Para él era como un tema tabú. Totalmente tabú. Y algo que le ruborizaba, incomodaba y agobiaba muchísimo el hablarlo conmigo. Parecía como si le fuera a dar un ataque de taquicardia por solo nombrárselo. Finalmente, viendo lo abrumadísimo y agobiadísimo que estaba por ello decidí quitarle importancia al asunto a ver si así se relajaba y dejaba de cortarse tanto.
Le dije: “Si no lo digo como reproche. Lo digo simplemente como un comentario. Que es raro que en todas estas semanas que estamos juntos no hayamos comentado nunca algo tan trascendental y esencial para los dos, bueno, al menos para mí sí que lo fue”. Tras escuchar eso, al fin masculló y tartamudeo algo: “sí, sí, si para mí también”. Y nada más terminar de decir esa frase volvió a sonrojarse y a avergonzarse como un niño pequeño. Supongo que yo a mis 17 años en estos aspectos era mucho más madura que él a sus 18. Como veía que de él no salía ninguna palabra y que cada vez estaba más abrumado y apurado por este incómodo tema que tanto le avergonzaba, decidí seguir hablando yo. Dije: “Ya te digo que no es un reproche, y no hay nada de lo que avergonzarse, fue algo que pasó y ya está. Y ambos fuimos conscientes en todo momento de lo que pasó y ambos fuimos responsables y ambos lo disfrutamos, solo eso”. Parece que mis tranquilizadoras palabras consiguieron calmarle un poco ya que empezó a relajarse y la tonalidad de su cara empezó a recobrar, eso sí muy poco a poco, el color original. Lentamente dejó de estar perturbado, anonadado y desbordado por el tema que estábamos hablando. Ay, cuanta inmadurez.
Le dije: “Si no lo digo como reproche. Lo digo simplemente como un comentario. Que es raro que en todas estas semanas que estamos juntos no hayamos comentado nunca algo tan trascendental y esencial para los dos, bueno, al menos para mí sí que lo fue”. Tras escuchar eso, al fin masculló y tartamudeo algo: “sí, sí, si para mí también”. Y nada más terminar de decir esa frase volvió a sonrojarse y a avergonzarse como un niño pequeño. Supongo que yo a mis 17 años en estos aspectos era mucho más madura que él a sus 18. Como veía que de él no salía ninguna palabra y que cada vez estaba más abrumado y apurado por este incómodo tema que tanto le avergonzaba, decidí seguir hablando yo. Dije: “Ya te digo que no es un reproche, y no hay nada de lo que avergonzarse, fue algo que pasó y ya está. Y ambos fuimos conscientes en todo momento de lo que pasó y ambos fuimos responsables y ambos lo disfrutamos, solo eso”. Parece que mis tranquilizadoras palabras consiguieron calmarle un poco ya que empezó a relajarse y la tonalidad de su cara empezó a recobrar, eso sí muy poco a poco, el color original. Lentamente dejó de estar perturbado, anonadado y desbordado por el tema que estábamos hablando. Ay, cuanta inmadurez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario