El diario de Noa: Capítulo 166º

No puedo ni describir lo largo que se me hizo el caminar hasta la habitación. No creo que fueran más de 6 metros pero se me hizo eterno el llegar allí. Puede que Edu fuese la mayor obsesión de mi vida y, en cierta manera, el gran amor de mi vida, pero había algo en él que no me gustaba: lo silencioso y poco hablador que era en esos momentos claves. Quizás estaba malacostumbrada a mis relaciones con Rafa en las que no paraba de hablar y de relajarme con las palabras precisas en cada momento. Pero eso ya era el pasado y la gran realidad es que ahora Edu y yo estábamos ya en la habitación donde consumiríamos psicológica y físicamente nuestro deseo carnal para siempre. El momento había llegado. Habían sido años de espera. Y años de espera en la pubertad son una tortura psicológica insufrible. Por lo que sin querer demorar más ese mítico y trascendental momento me tumbé en la cama vestida y cerré los ojos como si estuviese dormida. La fantasía acababa de comenzar. La suerte estaba echada. Todo se iba a realizar y por fin la obsesión se materializaría con hechos reales. Excusa decir que jamás he estado más expectante y nerviosa en toda mi vida. Solo de recordarlo ahora me dan incómodos y electrizantes escalofríos.

Yo permanecía con los ojos cerrados cuando Edu, que aún permanecía de pie, al lado de la cama empezó a decir: “Lo cierto es que es verdad. Es exactamente igual que como aquel día. Joder, da igual que el jersey sea un poco diferente, todo es igual, idéntico, joder, cómo te desee aquella vez con ese jersey, esa camisa y esos vaqueros”. Hizo una pausa y concluyó: “Empiezo a sentir ahora el mismo deseo y las mismas ganas. Todo empieza a revivir. A cobrar forma. Es como volver al pasado. Es como si estuviese ocurriendo todo exactamente igual”. Yo abrí los ojos y dije una frase que me salió del corazón: “Sí, es como si volviéramos a tener otra vez 14 y 15 años”. Edu ni me escuchó. No sé porqué pero ni escuchó esa frase pues no giró su cabeza, ni dijo nada ni tan siquiera su cara sufrió el mínimo cambio. Estaba pálido. Estaba alegre. Estaba feliz. Y estaba tan sumamente ensimismado, embobado y atolondrado por lo que tenía ante sí que no era consciente de que esta fantasía la habíamos preparado tanto él como yo. Parecía como si se hubiese olvidado completamente de mí y que de verdad estaba de nuevo, de forma espontánea y casual, totalmente dormida para él para que pudiera jugar conmigo y así liberar todo lo que llevaba dentro. Parecía como si asumiese que el destino le daba la oportunidad de volver a revivirlo y que le brindaba el regalazo con el que siempre soñó desde aquella noche. Me sentí de repente totalmente fuera de lugar y obviada. Edu iba a jugar conmigo, es cierto, pero de una forma completamente ajena a mí. Y, de repente, me di cuenta paradójicamente que eso me excitaba más de lo que nunca imagine.

Y nada más empezar ya se empezaron a notar diferencias considerables. Pues desde que empezamos a salir no había sido nada delicado con mi ropa, es más, me desnudaba siempre a gran velocidad y no daba importancia a mi ropa y a cómo me quedaba. Y eso en el fondo me molestaba. En cambio, ahora, era todo lo contrario, pues parecía como si volviéramos a tener 14 y 15 años porque lo noté nervioso, con miedo, intranquilo y haciendo todo muy poco a poco, muy lentamente, con gran temor y como si de verdad pensase que estaba dormida y que no era una farsa. Se había metido tanto en su papel que parecía de verdad que estaba ocurriendo de nuevo lo que había ocurrido años antes. Que, por casualidades de la vida, estaba otra vez con la misma ropa que tanto le obsesionó y profundamente dormida como aquella vez. Edu estaba totalmente abstraído, ensimismado y obnubilado por la situación. Como un niño pequeño ante la posibilidad de comerse un caramelo prohibido. Como un niño pequeño al que, a los 15 años, se le privó de algo muy jugoso que le marcó y ahora por fin iba a poder saborearlo. Reconozco que me encantó que fuese todo a cámara lenta y paso a paso, pero también reconozco que me impacientó un poco porque no sabía en ningún momento cómo iba a obrar y a proceder, pues solo hacía más que observarme de arriba abajo como si no acabara de creerse que eso estaba sucediendo realmente.

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