Por fin el silencio se rompió. Y tímida y nerviosamente pasó el dedo índice de su mano por encima mía. Desde mis labios, por mis pechos, por mi barriga y por mi entrepierna, solo rozando, casi imperceptible. Solo fue una primera toma de contacto. Solo eso. Un roce por encima del jersey y el vaquero. Solo eso. Volvió a repetirlo. Lo repitió despacio varias veces. Como si tuviese que asegurarse que era real todo eso y que está ocurriendo de verdad. Yo permanecía con los ojos cerrados. Muy en mi papel de hacerme la dormida. El cuello de mi camisa debía estar metido muy por dentro del jersey porque noté como de forma suave, tímida e inquieta fue sacándomelo poco a poco por fuera del jersey, para que así se viera bien el cuello, como si necesitase ver bien el cuello de la camisa y no solo el jersey, para que de esta manera todo fuese exactamente igual que aquella noche de nuestra temprana adolescencia. A mí eso me daba mucho morbo. Muchísimo. Me excitaba que jugase, en plan fetichista, con mi ropa y me proporcionaba cierto gusto interno que hasta ese momento no había experimentado nunca con Edu, o más exactamente, no había experimentado nunca con Edu en los últimos años, porque fue como volver a revivir de nuevo nuestra mítica primera noche de años atrás.
En ningún momento se precipitó, solo jugaba con el cuello de mi camisa y también, en menos medida, con los puños de la camisa, pues me remangó un poco el jersey y empezó a jugar con el puño, sin llegar nunca a desabrochar el botón del puño. Lo hizo con ambos brazos. Casi en un tono de experiencia muy sensual, remangando un poco el jersey y acariciando a la vez los dos puños de la camisa. Todo era extremadamente erótico para mí. Eso era la sensualidad para mí. Ese morbo fetichista era lo que me pedía el cuerpo desde siempre y, que nunca antes Edu y yo lo hubiésemos llevado a cabo, era la causa de que nuestras anteriores relaciones sexuales nunca fueran completas y satisfactorias del todo, pues faltaba el factor esencial del fetichismo, el factor psicológico del morbo y de liberar las pasiones ocultas que ambos escondíamos desde los 14 y 15 años. Fue una buena idea volver a vestirme así. Fue una idea estupenda. Y estaba claro que tanto él como yo estábamos por fin exorcizando todo lo que teníamos dentro, que no era poco. Aunque fuese con tonterías de jugar con el cuello y los puños de mi camisa, aunque ni me había levantado el jersey, solo era el morbo y la fascinación de poder juguetear con aquello prohibido que nunca llegó a consumar en su momento.
En ningún momento se precipitó, solo jugaba con el cuello de mi camisa y también, en menos medida, con los puños de la camisa, pues me remangó un poco el jersey y empezó a jugar con el puño, sin llegar nunca a desabrochar el botón del puño. Lo hizo con ambos brazos. Casi en un tono de experiencia muy sensual, remangando un poco el jersey y acariciando a la vez los dos puños de la camisa. Todo era extremadamente erótico para mí. Eso era la sensualidad para mí. Ese morbo fetichista era lo que me pedía el cuerpo desde siempre y, que nunca antes Edu y yo lo hubiésemos llevado a cabo, era la causa de que nuestras anteriores relaciones sexuales nunca fueran completas y satisfactorias del todo, pues faltaba el factor esencial del fetichismo, el factor psicológico del morbo y de liberar las pasiones ocultas que ambos escondíamos desde los 14 y 15 años. Fue una buena idea volver a vestirme así. Fue una idea estupenda. Y estaba claro que tanto él como yo estábamos por fin exorcizando todo lo que teníamos dentro, que no era poco. Aunque fuese con tonterías de jugar con el cuello y los puños de mi camisa, aunque ni me había levantado el jersey, solo era el morbo y la fascinación de poder juguetear con aquello prohibido que nunca llegó a consumar en su momento.
Si hubiera que definir el proceder de Edu con una sola palabra esa sería sin duda “esmero”, pues todo lo hacía con sumo esmero, con delicadeza y tacto, lentamente, como saboreando cada segundo del paso a paso, esmerándose y aplicándose en juguetear con el puño de mi camisa. En cierta forma era todo muy paternal, pues era como si un padre estuviese vistiendo a su niña pequeña, poniéndola elegante y colocándola bien la camisa para que estuviese guapa. Pero al mismo tiempo todo era muy sensual, muy fetichista y muy morboso tanto para él como para mí, porque sino no se explica que dedicase y emplease tanto tiempo en solo jugar con ambos puños de la camisa. Supongo que en cierta manera todo era un factor psicológico y subconsciente, como si a los 15 años cuando lo hizo por primera vez no le hubiera dado tiempo a hacer todo esto y ahora quisiera recrearse poco a poco y lentamente con todo este proceso fetichista. Todo esto aportaba una sensualidad brutal, una sensualidad cuyo raíz estaba en las obsesiones psicológicas de dos chiquillos que no las resolvieron y culminaron años atrás. Era tan la sensualidad y la fogosidad del momento, a pesar de no era nada erótico pues simplemente estaba jugando con los puños de mi camisa, que al desabrochar casi por accidente el botón de uno de los puños sentí un escalofrío tal que noté como se me rizaba el pelo y cómo se me endurecían los pezones. ¿Quién dijo que para excitarse era necesario tocar zonas erógenas? Que gran error, el órgano más sensual, erótico y excitante para una chica es siempre el cerebro. No hay mayor verdad.
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