El diario de Noa: Capítulo 168º

En ese momento de excitación, pues eso era excitación brutal y encima psicológica que es la más gozosa sin duda, fue cuando Edu empezó a hablar. Era evidente que no hablaba para mí, sino para sí mismo pues en todo momento jamás se dirigió a mí y era cómo si se estuviese narrando a sí mismo sus impresiones sobre ese momento. Como si le excitara recordar lo que pasó años atrás y compararlo con lo que estaba ocurriendo en ese instante. Resumidamente lo que dijo fue algo así como: “como recuerdo aquella noche, la recuerdo como si fuera ahora mismo, me acuerdo que respirabas de forma pausada y entrecortada, y que al hacerlo tus pechitos subían y bajaban, me encantaba ver cómo subían y bajaban, y colocar la palma de mi mano por encima del jersey para que los rozara cada vez que volvían a subir tus tetitas pequeñitas”. No hacía falta ser un lince para darse cuenta que, subconsciente o inconscientemente, Edu me estaba pidiendo o rogando que volviese a realizar esa acción para así volver a recrearla y vivirla de nuevo. Volver a disfrutar ese momento y gozarlo como se merecía. Por lo que, de forma sumisa y disciplinada, empecé a hacer cómo respiraba pausadamente mientras dormía, subiendo y bajando el pecho. La reacción no se hizo esperar. Edu colocó sus manos tímidamente sobre mi jersey a la altura de los pechos para que yo las rozara con mis pechos cada vez que respirara. Qué sensual era todo esto. Qué excitante. Qué maravilla. No se podía pedir más. ¿O sí que se podía pedir más?

Hasta ese día siempre había pensado que las camisas, tanto en chicos como en chicas, eran simplemente la prenda más elegante que existe y lo que más me gusta de la ropa. Pero esa noche iba a descubrir que tenía propiedades sensuales y eróticas que jamás pude llegar a imaginar ni sospechar. Ya lo de enredar con los puños de las camisas fue un torrente de gozo y pasión, pero lo mejor estaba aún por llegar. Y es que Edu, en su constante estado de embobamiento y fascinación que le causaba repetir esto años después, seguía tratándome con un tacto y delicadeza asombrosa, yo diría que incluso que con miedo y nervios. Como si de verdad se creyese que estaba dormida del todo y que esto no era una farsa planificada por ambos. Todo lo que hizo fue el sumun de la elegancia y sutileza. Ya que leve y lentamente me levantó un poco el jersey. Solo un poco. Lo suficiente para ver mi camisa blanca. Se quedó mirando hacía mí. Como si le fascinase que una misma visión ver el jersey, la camisa y el vaquero. Se tiró un buen rato contemplándome sin hacer nada. Al cabo de un minuto, me subió unos centímetros más el jersey. Saboreaba cada momento y no se precipitaba en nada. De nuevo estuvo contemplando en silencio. Volvió a subirlo otros centímetros y, de repente, como si despertara de un sueño (o como si volviese de sus 15 años a sus 18 años actuales) tomo conciencia de que tenía carta blanca para hacer lo que quisiera y metió su mano por el jersey hasta poder acariciar mis pechos por encima de la camisa.

Estas caricias fueron de todo menos estáticas, pues no paró de mover la mano de un lado a otro, de un pecho a otro, acariciándome por encima de la camisa todo el rato, es decir, con la mano bajo el jersey pero por encima de la camisa. Eso tenía mucho morbo y cierto regusto fetichista que me encantaba. El dinamismo de dichas caricias no se limitaban solo a mis pechos, pues subía y bajaba su mano de forma frenética por toda la camisa, incluso llegaba, de forma forzada, hasta meter la mano tan a dentro que la sacaba por el cuello del jersey y me agarraba con fuerza y pasión el cuello de la camisa, para luego soltarlo bruscamente y volver a manosear mis pechos. Fue un fetichismo total. Un fetichismo que él necesitaba como si fuera aire para respirar y yo, sinceramente, notaba tan perturbación y excitación con esos movimientos sobre mí que me alteré sexualmente más de lo que pensé en un principio. Por eso decía que nunca como hasta ese día no había descubierto el tremendo erotismo que aporta una simple camisa. Erotismo y sensualidad total sin necesidad de desabrochar ni un solo botón. Solo recorriéndola de arriba debajo de derecha a izquierda con pasión, entrega, anhelo y fogosidad. Eso era la esencia del erotismo y justo lo que ambos necesitábamos para exorcizar lo acontecido años antes cuando éramos críos. Desde ese día hasta incluso el día de hoy, cada vez que me he vuelto a poner una camisa me ha recorrido una excitación interna indescriptible, pura sensualidad y la verdadera esencia del deseo carnal entre un chico y una chica.

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