El diario de Noa: Capítulo 169º

No podía decir, ni tampoco quisiera saberlo, cuánto tiempo se tiró tocándome por encima de la camisa, pero sí que puedo asegurar que fueron muchísimos minutos, quizás incluso llegó a la media hora. Media hora de placer supremo y una de las más altas cotas de excitación que he tenido en mi vida. El morbo de las caricias y tocamientos por encima de la camisa (y por debajo del jersey) llegó a su máxima intensidad y esplendor cuando se colocó a horcajadas encima de mí. Empezando a tocar y manosear mis pechos con más fuerza y brusquedad que antes. En ningún momento desabrochó ningún botón. Ni falta que hacía. Como mucho jugaba pasando los dedos por los botones de la camisa, solo eso. Puro morbo fetichista. Pura experiencia orgánica, sensual y sexual. Por no hablar de que cuánto más jugaba con mi camisa más se iba desprendiendo ésta poco a poco por fuera del vaquero y eso me proporcionaba el mayor de los placeres. Eso de que la camisa se desprenda poco a poco del pantalón es, y siempre será, para mí el máximo apogeo de la excitación humana y sé muy bien que para Edu también era un acto muy excitante y erótico. Fue entonces cuando ocurrió. Edu se puso rojo, como rojo de rabia, como rojo de contención, como si estuviese manteniendo la respiración y estuviese ya a punto de explotar. Es un arrebato tiró con fuerza de mi camisa hasta desprenderla del todo, desabrochó con furia y cabreo el botón de mi vaquero, bajó la cremallera y como si estuviese cabreado consigo mismo o contra la humanidad empezó a bajármelo con brusquedad, con ira, con ansiedad y con mucha agresividad.

Esa fiereza y violencia al bajarme y quitarme los vaqueros con tanta vehemencia me descolocó y flipó, me quedé desconcertada, aunque estaba en tal estado de excitación, ofuscación y placer erótico que no pude decir nada para quejarme ni rechistar. Y de nada me hubiera servido quejarme, pues en menos de un segundo con una cólera inédita en Edu me penetró sin contemplaciones, hasta el punto que ni aparto las braguitas, solo cuando reparó en ellas las apartó y ya sí me penetró con la energía que le pedía el cuerpo. El cambio en su rostro no pudo ser más radical, pues paso de estar rojo a punto de estallar (como si de verdad estuviese conteniendo la respiración) a cobrar su cara el tono habitual, jamás había necesitado tanto en su vida penetrar a una chica y seguramente jamás, en el resto de su vida, volverá a tener una necesidad tan imperiosa y urgente de hacerlo con ninguna otra. Sus jadeos eran impresionantes. En un momento de lucidez reparé en que lo estábamos haciendo irresponsablemente sin preservativo pero no pude decir nada ni reprochárselo porque yo también jadeaba y disfrutaba sin parar. Edu me subió el jersey hasta arriba y colocó sus manos entre los botones de mi camisa, por un momento pensé que me la quería abrir y destrozar haciendo saltar todos los botones. Pero no fue eso lo que ocurrió.

Porque lo que ocurrió fue que Edu, en plan fetichista total, tiraba con fuerza de los botones, pero no con la suficiente fuerza como para hacerlos saltar. Era como si deseara y necesitase perpetuar ese momento así con la camisa abrochada del todo y no quería que nada, ni tan siquiera su brutal deseo sexual, lo interrumpiese. Jamás le vi gozar más que aquel día. Jamás. Jamás volvió a follar con tantas ganas ni antes ni después. Jamás se entregó tanto a la pasión y jamás dejó fluir tanto sus deseos ocultos fetichistas (muy arraigados en nuestra infancia desde los 14 años). Solo al final, muy al final, tras casi una hora haciendo el amor sin parar (entre los jugueteos, preliminares y penetración) decidió desabrochar uno a uno los botones de mi camisa y abrírmela, pero poco pudo saborear ese momento pues escasos segundos después se tiró, casi de forma cómica, de la cama para eyacular fuera de mí. Su eyaculación fue… ufff… indescriptible. Sé muy bien que fue la mejor corrida de su vida y que jamás en su vida volverá a generar tantísimo semen y que él jamás volverá a gozar más que aquel día aunque viva 100 años. Bueno, si soy sincera creo que yo tampoco volveré a gozar jamás así en toda mi vida.

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