El diario de Noa: Capítulo 171º

Eran principios de Noviembre, y a pesar de que ese Otoño estaba resultando muy lluvioso y fresco, salieron durante el fin de semana un par de días magníficos de sol. Ideales para irse a pasar el día al campo a hacer una buena parrillada. Por lo que toda la pandilla lo organizamos rápidamente, compramos cosas para comer y nos fuimos a pasar el día al campo. No elegimos ningún destino concreto, simplemente nos montamos en el coche (yo fui lógicamente en el coche de Edu) y donde nos pareció bien aparcamos. El lugar no podía ser mejor. El campo estaba frondoso, verde y precioso a rabiar. Muchos árboles y naturaleza por todos lados y, sobre todo, un día de sol magnífico para disfrutarlo. Y, ciertamente nos lo pasamos muy bien, aunque yo ya estaba un poco de bajón porque presentía que lo mío con Edu estaba cerca ya que nuestra pasión y deseo carnal había dejado de ser psicológica para pasar a un plano meramente físico y eso no me motivaba nada. De todos modos, traté de pasármelo bien y me obligué a no pensar en ello, al menos ese día. Pero es que, precisamente ese día, iba a ver algo que me iba a hacer pensar en ello más que nunca.

Todo ocurrió mientras los chicos se echaban un partido de fútbol después de la parrillada. Las chicas nos fuimos a dar una vuelta por los alrededores mientras ellos terminaban el partido. Estaba claro que mucha gente había tenido la misma idea que nosotros de irse al campo porque por todos los lados se veían pandillas de gente disfrutando de ese fabuloso día otoñal de sol. Pero entre todas ellas hubo una que me llamó la atención de sobremanera. Se trataba de una pareja. Eran más jóvenes que nosotros. Tendrían 14 ó 15 años como mucho. Estaban tumbados besándose bajo un árbol. Me acuerdo perfectamente que ella llevaba una sudadera violeta y unos vaqueros pero, lo que me llamó la atención fue el proceder de ambos mientras se besaban. Pues el chico no hacía más que intentar bajar la cremallera de la sudadera de la chica y ella se lo impedía, intentaba tocarle los pechos por encima de la sudadera y se lo volvía a impedir, intentaba tocarla el culo por encima del vaquero y nuevamente se lo impedía. Es decir, no dejaba que la tocara nada más que la espalda y que, por supuesto, no le quitara nada de ropa, ni tan siquiera un centímetro de la cremallera de la sudadera. Pero eso no desmotivaba al chico que una y otra vez volvía a intentarlo. Y, una y otra vez, la chica se lo volvía a impedir de forma constante.

El pobre chico no consiguió nada, absolutamente nada, lo intentó todo el rato y nunca consiguió acariciar ninguna parte del cuerpo de su novia. Ninguna. Ni tan siquiera por encima de la ropa. Pero lo que más me llamó la atención es como se le fue formando una cara de crispación y frustración brutal a medida que fueron pasando los minutos y veía que no conseguía nada. Él estaba a punto de explotar de deseo sexual y de ansia por conseguir una pequeña cosa, lo que fuese, aunque fuera tocar por encima de la ropa, pero las continuas negativas y prohibiciones de su novia se lo impidieron todo el rato. Y, de repente, ante mi asombro me di cuenta que yo estaba celosa, terriblemente celosa de esa chica y que envidiaba con locura que tuviese a su lado frustrado, crispado y desquiciado a su novio. Tuve más envidia y celos que nunca en mi vida. Ver a su pobre novio probablemente muy empalmado (desde la distancia que los veía lógicamente no podía percatarme de eso) y que no consiguiese calmar ni uno solo de sus deseos y anhelos era algo que me daba mucho morbo. Muchísimo morbo. No es el morbo de hacer sufrir a un chico, sino el morbo de poder generar en un chico tantísima cantidad de deseo no canalizado ni expulsado, aparte de que él también quería jugar fetichistamente con su ropa pero incluso eso ella también se lo impedía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario