De repente me di cuenta cómo añoraba eso. Cómo añoraba que los chicos no tuviesen carta blanca para ir directos al grano sino que se tenían que ganar poco a poco el poder tocar. Me encantó ver esa frustración, esa crispación, ese deseo y, sobre todo, esa impotencia por no poder satisfacer sus deseos más básicos y elementales. Envidié muchísimo a esa chica. Añoré volver a experimentar esa sensación de poder volver loco a un chico de forma psicológica y, de esta manera, volver a experimentar una catarsis brutal sexual cuando finalmente le diese permiso para poder tocarme y acariciarme. De repente lo vi claro. Yo necesitaba de nuevo volver a vivir, sentir y experimentar una obsesión psicológica para así volver a disfrutar plenamente de las relaciones sexuales. Pero estaba claro que con Edu ya no podría ser y me lo demostró pocos minutos después. Ya que en un momento que nos quedamos solos empezamos a besarnos y él empezó a meterme mano por debajo de la ropa (llevaba yo ese día un jersey blanco y un polo verde). En ese momento me invadió el recuerdo de esa pareja de chavales de 14 años y quise imitarlos para así experimentar en Edu esa ansiedad y anhelo frustrado. Pero nada me salió cómo yo planifiqué, pues le saqué la mano a Edu por debajo de mi jersey, como dándole a entender que había nuevas normas y que le iba a impedir todo el rato que me metiese mano. Pero fue en vano, pues enseguida con vehemencia no solo me volvió a meter mano sino que lo hizo incluso por debajo del polo para tocarme las tetas directamente.
En esos precisos momentos, con Edu tocándome las tetas bajo el polo, supe que ya no había ningún futuro entre los dos y que jamás podría conseguir de él lo mismo que esa chica de 14 años conseguía de su novio. Y es que era lógico. En los dos últimos meses Edu y yo habíamos follado ya muchas veces juntos y no me iba a dejar volver a un estado de regresión de, no solo no follar, sino de tampoco permitirle caricias ni nada para satisfacer su deseo carnal. Edu jamás comprendería que yo necesitaba alicientes psicológicos para satisfacer mis deseos más internos y que el sexo directo ya no significaba nada para mí. Necesitaba ser primero follada mentalmente, alimentando el placer de una obsesión y, una vez bien alimentada, poder satisfacerla salvajemente con sexo bestial. Pero eso era imposible ya con Edu. Imposible del todo. Y en ese instante supe, de una vez por todas, que lo nuestro acabaría ese día de Noviembre para siempre. Un nuevo horizonte sentimental y sexual se abría ante mí, y esperaba disfrutarlo sin tantos altibajos y movidas como las que me habían proporcionado hasta entonces Edu y Rafa. Me sentía más madura que nunca y era ya hora de empezar a demostrarlo.
Mi ruptura definitiva de Edu se produjo escasos días después. Él, lógicamente, me pidió explicaciones y alguna razón del porqué contar, pero fui incapaz de darle ninguna, pues la única explicación que había no la entendería. Durante esos días me estuvo llamando sin parar a todas horas para quedar a tomar algo y así charlar tranquilamente sobre eso. Y yo, en todas esas ocasiones, me negué y le dije simplemente que no quería seguir saliendo con él y que no había ningún motivo personal. Esto no fue suficiente para Edu pues siguió insistiendo todos los días e, incluso, meses después aún siguió intentando volver conmigo, pero yo nunca volví con él. Edu representaba ahora el pasado. Cierto que siempre llevaré en lo más hondo de mi corazón lo que supuso Edu para mí y toda la obsesión que nos produjimos mutuamente desde los 14 a los 17 años. Pero todo eso ya pasó. Ya no había encanto, chispa y morbo en nuestra relación, y sin eso yo no quería estar ya con él. Yo necesitaba otras cosas y él no podía proporcionármelas. La noticia de mi ruptura con él fue recibida con asombro y perplejidad por todos en la pandilla. Mis amigas, en especial Sara y Jennifer, me agobiaron en exceso pidiéndome que les contará cuál era el motivo de haber cortado, pero tampoco a ellas se los dije. Mi vida privada, tanto entonces como ahora, era estrictamente personal y no quería ninguna invasión de mi intimidad. Aunque, a decir verdad, tampoco sabría muy bien qué haberlas dicho porque no había ninguna explicación ni motivo coherente.
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