Más de una vez me pregunté a mí misma porqué hacía eso, yo podía tener al chico que quisiera y tener todas las clases de relaciones sexuales que desease, pero sin embargo me concentraba solo en el chat y no en la vida real. Al pobre David lo tenía amargado y frustrado sexualmente a mi lado. Y eso que era un chico guapo que estaba muy bien, pero me daba más placer y satisfacción el juego de excitarle y no dejarle acariciarme que el que me podría proporcionar teniendo sexo con él. Supongo que tras todo lo que pasó con Edu y Rafa quedé muy escaldada y necesitaba calmarme un poco en todos los sentidos. Por eso seguía jugando en plan light con David y, al mismo tiempo, seguía desfogándome de forma salvaje e irracional por el chat en plan sexual total con desconocidos con una denigrante personalidad y actitud de sumisión sexual que estaba a años luz de la mía. Es decir, cree por el chat un personaje totalmente opuesto a mí, en las antípodas totales de mi forma de ser y lo interprete como si fuese la mejor de las actrices. Fue un periplo realmente curioso en mi vida, fue un desmadre absurdo e incoherente, pero yo solo sé que yo era feliz así y por tanto iba a seguir exprimiendo esta sensación de bienestar que me proporcionaba David por un lado y el chat erótico por el otro. Aunque esto no iba a durar mucho más, pues pronto algo iba a cambiar todo y a desencadenar nuevas acontecimientos imprevistos.
Era finales de Noviembre, yo llevaba ya con David algunas semanas. Siempre en este plan super light, puritano y de no permitirle ni una caricia fuera de lugar. Cada día que pasaba su cara se endurecía más y parecía más frustrado, cabreado, crispado y harto de mi castrante, rígido y frío comportamiento que no le permitía ni tan siquiera caricias ni tocamientos por encima de la ropa. Un día se me acercó con un semblante muy serio y me dijo: “oye, ¿por qué no realizamos algún día la fantasía que hicimos alguna vez por el chat? es decir, hacerlo en la vida real en vez de por el chat”. Sabía que tarde o temprano acabaría sacándome este tema. Era lógico y natural. Lo extraño es que aguantase tantísimo tiempo sin decirlo. En cierta manera era lo que yo estaba esperando y deseando. Es decir, hacer que acumulase tanto deseo hasta que no pudiese aguantar más y en ese momento llevar a cabo mi fantasía de hacerme la dormida y que él interpretase el papel de Edu mientras yo permanecía dormida en la cama. Durante semanas le había hecho aglutinar todo el deseo y frustración del mundo para que ahora se emplease a fondo con esta fantasía la cual, todavía a mis 17 años, aún seguía obsesionándome. Iba yo a abrir la boca para decirle que estaba de acuerdo cuando de repente de mis labios salió: “No”. Él se quedó totalmente decepcionado pero yo me quedé totalmente anonadada y desconcertada conmigo misma ¿Por qué demonios dije que no si realmente quería decir que sí?
Como siempre mi subconsciente algo estaba tramando y de repente me percaté perfectamente de ello. Viendo que David se había quedado planchado, decepcionado y hundido traté de decir algo, pero solo me salió: “Es que quiero hacerlo al revés. Es decir, que seas tú el dormido y yo juegue contigo”. Nada más terminar de decir esto me quedé perpleja y me dije a mí misma: “¿Pero qué estás diciendo? ¿de que narices estás hablando?” Me había quedado completamente desconcertada al decir eso y muy asombrada conmigo misma. Por supuesto la cara de David cambió en el acto. Se puso jubiloso, risueño, alegre y sumamente contento al tiempo que decía: “sí, sí, guay, genial, de maravilla, que guay”. Yo quería enmendar el error. Quería rectificar y decirle que no, que realmente no quería hacer eso. Pero ya era demasiado tarde, pues David se encontraba ya en un nube de felicidad absoluta que ya ni me escucharía. Por lo que solo me quedó pensar: “¿Para qué demonios mi subconsciente me habrá obligado a decir semejante estupidez si yo no quiero eso? ¿Por qué he dicho eso si lo que realmente quiero es lo contrario?”. Me sentía como una estúpida. Una estúpida total. Y mientras David no paraba de exteriorizar su inmensa alegría, yo no dejaba de preguntarme cómo me podía haber metido en semejante berenjenal que jamás formó parte de mis planes y fantasías.
Era finales de Noviembre, yo llevaba ya con David algunas semanas. Siempre en este plan super light, puritano y de no permitirle ni una caricia fuera de lugar. Cada día que pasaba su cara se endurecía más y parecía más frustrado, cabreado, crispado y harto de mi castrante, rígido y frío comportamiento que no le permitía ni tan siquiera caricias ni tocamientos por encima de la ropa. Un día se me acercó con un semblante muy serio y me dijo: “oye, ¿por qué no realizamos algún día la fantasía que hicimos alguna vez por el chat? es decir, hacerlo en la vida real en vez de por el chat”. Sabía que tarde o temprano acabaría sacándome este tema. Era lógico y natural. Lo extraño es que aguantase tantísimo tiempo sin decirlo. En cierta manera era lo que yo estaba esperando y deseando. Es decir, hacer que acumulase tanto deseo hasta que no pudiese aguantar más y en ese momento llevar a cabo mi fantasía de hacerme la dormida y que él interpretase el papel de Edu mientras yo permanecía dormida en la cama. Durante semanas le había hecho aglutinar todo el deseo y frustración del mundo para que ahora se emplease a fondo con esta fantasía la cual, todavía a mis 17 años, aún seguía obsesionándome. Iba yo a abrir la boca para decirle que estaba de acuerdo cuando de repente de mis labios salió: “No”. Él se quedó totalmente decepcionado pero yo me quedé totalmente anonadada y desconcertada conmigo misma ¿Por qué demonios dije que no si realmente quería decir que sí?
Como siempre mi subconsciente algo estaba tramando y de repente me percaté perfectamente de ello. Viendo que David se había quedado planchado, decepcionado y hundido traté de decir algo, pero solo me salió: “Es que quiero hacerlo al revés. Es decir, que seas tú el dormido y yo juegue contigo”. Nada más terminar de decir esto me quedé perpleja y me dije a mí misma: “¿Pero qué estás diciendo? ¿de que narices estás hablando?” Me había quedado completamente desconcertada al decir eso y muy asombrada conmigo misma. Por supuesto la cara de David cambió en el acto. Se puso jubiloso, risueño, alegre y sumamente contento al tiempo que decía: “sí, sí, guay, genial, de maravilla, que guay”. Yo quería enmendar el error. Quería rectificar y decirle que no, que realmente no quería hacer eso. Pero ya era demasiado tarde, pues David se encontraba ya en un nube de felicidad absoluta que ya ni me escucharía. Por lo que solo me quedó pensar: “¿Para qué demonios mi subconsciente me habrá obligado a decir semejante estupidez si yo no quiero eso? ¿Por qué he dicho eso si lo que realmente quiero es lo contrario?”. Me sentía como una estúpida. Una estúpida total. Y mientras David no paraba de exteriorizar su inmensa alegría, yo no dejaba de preguntarme cómo me podía haber metido en semejante berenjenal que jamás formó parte de mis planes y fantasías.
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