El diario de Noa: Capítulo 178º

Intentaré explicar cómo se desarrolló todo. Para empezar me sentí un poco frustrada y decepcionada porque nada más tumbarse en el sofá ya tenía una erección brutal. Se notaba un bulto inmenso en sus vaqueros y ni siquiera había empezado. Esto me molestó porque se suponía que el objetivo (y lo divertido) de esta fantasía es irlo excitando poco a poco en plan lento y sensual para que fuese creciendo muy lentamente su erección dentro del pantalón. Eso era lo divertido para mí. Eso era lo fascinante para mí y eso era la principal finalidad de que él se hiciese el dormido. Por tanto, que ya estuviese tan bestialmente empalmado supuso un revés para mí. Una gran decepción y me desmotivo considerablemente. Es un hecho que los chicos se excitan mucho más rápidamente que las chicas, y supongo que David nada más entrar en el chalet ya se excitó tantísimo psicológicamente solo de pensar que en unos minutos se llevaría a cabo la fantasía que se empalmó del todo al máximo. Pero, por culpa de esa brutal erección, la fantasía perdió todo el encanto para mí y ya no supe por donde empezar. Probablemente si hubiese sido yo la que con mis lentas y tenues caricias hubiese ido provocando esa erección poco a poco pues me sentiría mucho más complacida y satisfecha, y entonces sí que sabría ya por donde seguir. Pero así, en frío, nada más empezar me dejó totalmente descolocada y desorientada.

Ante tal desorientación solo supe empezar a improvisar un poco a ver lo que se me iba ocurriendo. Por lo que empecé a pasar mis manos por su vaquero, primero por las rodillas hasta subir a su muslo y luego repetir el proceso inverso, desde el muslo hasta la rodilla de nuevo. Hice esto varias veces. Apenas rozaba su entrepierna y no quería hacerlo. Supongo que lo que pretendía era enfriarle de nuevo para que bajase esa gran erección y así poder conseguir una nueva erección ya con mis sensuales caricias. Pero, a pesar de que nunca roce la entrepierna, no dejó de estar empalmado ni por un segundo. La inmensa erección no bajaba nunca. Seguía igual de grande el bulto en el vaquero. Igual de gigantesco que en el momento que se tumbó. No conseguía bajárselo ni un poco. Habrían pasado por lo menos 10 minutos y ahí seguía con toda su fuerza e intensidad sin disminuir nada a pesar de todos mis esfuerzos por desmotivarle y enfriarle. Supongo que tenía tanto deseo sexual acumulado de tantas semanas que ni con una ducha fría de agua helada conseguiría bajarle esa espectacular erección en su vaquero. Por lo que solo me limité a seguir moviendo mi mano por sus piernas a ver si en algún momento empezaba a desinflarse un poco eso.

Sin embargo ocurrió todo el proceso inverso. Pues la frialdad de mis caricias desapasionadas y poco eróticas sobre las piernas de David ocasionaron, no que disminuyese el tamaño del bulto de su entrepierna, sino que él empezase a impacientarse y agobiarse porque habían pasado ya 15 minutos y no le había tocado. Deduzco que fueron la acumulación de muchos factores (el deseo sexual contenido durante semanas, la castidad extrema a la que le sometí, esos desesperantes y sosos 15 minutos que habían ya pasado, etcétera) lo que hizo estallar a David y cambiar su carácter de forma radical. Pues de repente, con mucha agresividad y fuerza, me cogió la mano y se la colocó en la entrepierna. Solo dijo una simple palabra. Eso sí, muy expresiva: “¡Joder!”. Yo me quedé petrificada y de nuevo desconcertada ante esta reacción. Como pasaron unos segundos más sin que yo hiciera nada (lo cierto es que no sabía qué hacer) ya me gritó abiertamente: “¡Joder!, Vamos. Hazlo ya de una puta vez. Vale ya de tanto martirizarme. Joder”. Me quedé helada. Este no era ni por asomo el David que yo conocía. No era ni por asomo el David correcto, sensible y educado que conocí en el chat y, por supuesto, no era ni por asomo el David que aguantó estoicamente con mucha paciencia durante semanas la castidad y censura sexual a la que le sometí todos los días. Supongo que en cierta manera fue culpa mía, pues desaté a la bestia que llevaba dentro. Llevaba aguantando ya muchas semanas de contención y de deseo reprimido. Y esos 15 minutos que solo acaricié su pierna fue la gota que colmó el vaso. Entiendo que la culpa fuese mía, pero eso no justifica, bajo ningún concepto, todo lo que hizo después.

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