En pocos segundos me dejó clara sus intenciones porque me dijo en tono atronador y dictatorial: “Arrodíllate, arrodíllate ante mí, hazlo”. Yo, que en mis fantasías por el chat había entrado en muchas salas de “Amos y sumisas” sabía muy bien de que iba esta historia. Pero una cosa era el personaje ficticio que me había creado por el chat (el de una chica entregada, sumisa, servicial y complaciente sexualmente en todo) y otro muy distinto mi personalidad en la vida real. En la vida real no dejaba de ser solo una chica de 17 años que no tenía absolutamente nada que ver con el personaje que me creé y desarrollé durante semanas por el chat. Aquel personaje al que di tanta vida, al que di tanta literatura por el chat, distaba mucho de mí y, por supuesto, no iba a consentir que David me tratase de esa manera. Más aún habiendo sido él durante tanto tiempo mi paciente novio servicial al que le privé de cualquier caricia o tocamiento sensual. Por lo que le contesté con energía y decisión: “No. Ni hablar. No me pienso arrodillar. Paso de estas historias”. Él me miró con ira y frustración, con desprecio y cabreo, supongo que ni pensaba con claridad pues toda su sangre solo le llegaba a la inmensa erección de su pene y apenas quedaría nada para el cerebro. Por lo que nuevamente desaté a la bestia que llevaba dentro y reaccionó de forma visceral y ruda.
Con instinto animal y mucha fuerza física me cogió del cuello de mi camisa y me tiró hacía abajo para forzarme a arrodillarme ante él, con tanta brusquedad y vehemencia que casi perdí el equilibrio estando a punto de caerme. Y este acción, que en cualquier otro momento, me hubiese cabreado brutalmente, causó un efecto totalmente inverso en mí. Pues al verme de repente zarandeada y forzada a cumplir de forma sumisa sus deseos sexuales más inmediatos me provocó una sensación extraña, una sensación muy cercana a la excitación y al morbo, y esto ya sí que me descolocó totalmente. ¿Cómo podía excitarme o darme morbo una situación denigrante como estas vejaciones? Era repulsivo pensar esto y, sin embargo, era lo que me estaba pasando. Me había gustado el zarandeo y el verme forzada, me había excito eso. Y, de repente, me plantee ciertas cuestiones ¿No sería esto lo que estaba buscando mi subconsciente? ¿No sería esto precisamente lo que mi subconsciente anhelaba? ¿Me habría forzado mi dichoso subconsciente a esta situación en la que en ese momento me encontraba? Me costaba creerlo pero no era descabellado. Es decir, todo formaba parte de un plan de mi subconsciente (o de mi inconsciente, quien sabe) que consistía en haber tenido durante semanas a David sin rozarme, ni tan siquiera por encima de la ropa, para que así acumulara tantísimo deseo que ahora estallase y se provocase esta situación.
Todo era muy confuso y extraño. Es como si hubiese creado un monstruo. El haber tenido que sufrir durante tantas semanas David tanta contención y frustración sexual le cambió el carácter y la personalidad. Le convirtió en un monstruo salvaje que necesitaba con urgencia saciar su apetito sexual. Y todo parecía formar parte de un plan de mi subconsciente para que, en cierta manera, llevase a la práctica en mi vida real las eróticas y sexuales actividades que ya hacía con mi personaje ficticio del chat. Como siempre mi mente empezó a hervir con todos estos pensamientos y reflexiones, cuando de repente una nueva voz de David me sacó del estado de trance en el que me encontraba sumida. David volvió a gritarme: “¿Es que no me has oído? ¡Que me desabroches y me bajes el vaquero!”. Sinceramente lo último que necesitaba David es que yo hiciera eso, pues el enorme bulto de su entrepierna manifestaba una erección tan brutal que en cuanto le bajase el vaquero se liberaría en un segundo. Bastante humillada me sentía ya estando arrodillada ante él, aunque, para ser sincera del todo, sí que me daba un poco morbo la situación. Por lo que me animé a seguir adelante con esta fantasía, la cual, hasta el momento, estaba reportando más satisfacciones a David que a mí, pero algo me decía que también yo conseguiría algo de morbo y de esa excitación psicológica que tanto me gustaba.
Con instinto animal y mucha fuerza física me cogió del cuello de mi camisa y me tiró hacía abajo para forzarme a arrodillarme ante él, con tanta brusquedad y vehemencia que casi perdí el equilibrio estando a punto de caerme. Y este acción, que en cualquier otro momento, me hubiese cabreado brutalmente, causó un efecto totalmente inverso en mí. Pues al verme de repente zarandeada y forzada a cumplir de forma sumisa sus deseos sexuales más inmediatos me provocó una sensación extraña, una sensación muy cercana a la excitación y al morbo, y esto ya sí que me descolocó totalmente. ¿Cómo podía excitarme o darme morbo una situación denigrante como estas vejaciones? Era repulsivo pensar esto y, sin embargo, era lo que me estaba pasando. Me había gustado el zarandeo y el verme forzada, me había excito eso. Y, de repente, me plantee ciertas cuestiones ¿No sería esto lo que estaba buscando mi subconsciente? ¿No sería esto precisamente lo que mi subconsciente anhelaba? ¿Me habría forzado mi dichoso subconsciente a esta situación en la que en ese momento me encontraba? Me costaba creerlo pero no era descabellado. Es decir, todo formaba parte de un plan de mi subconsciente (o de mi inconsciente, quien sabe) que consistía en haber tenido durante semanas a David sin rozarme, ni tan siquiera por encima de la ropa, para que así acumulara tantísimo deseo que ahora estallase y se provocase esta situación.
Todo era muy confuso y extraño. Es como si hubiese creado un monstruo. El haber tenido que sufrir durante tantas semanas David tanta contención y frustración sexual le cambió el carácter y la personalidad. Le convirtió en un monstruo salvaje que necesitaba con urgencia saciar su apetito sexual. Y todo parecía formar parte de un plan de mi subconsciente para que, en cierta manera, llevase a la práctica en mi vida real las eróticas y sexuales actividades que ya hacía con mi personaje ficticio del chat. Como siempre mi mente empezó a hervir con todos estos pensamientos y reflexiones, cuando de repente una nueva voz de David me sacó del estado de trance en el que me encontraba sumida. David volvió a gritarme: “¿Es que no me has oído? ¡Que me desabroches y me bajes el vaquero!”. Sinceramente lo último que necesitaba David es que yo hiciera eso, pues el enorme bulto de su entrepierna manifestaba una erección tan brutal que en cuanto le bajase el vaquero se liberaría en un segundo. Bastante humillada me sentía ya estando arrodillada ante él, aunque, para ser sincera del todo, sí que me daba un poco morbo la situación. Por lo que me animé a seguir adelante con esta fantasía, la cual, hasta el momento, estaba reportando más satisfacciones a David que a mí, pero algo me decía que también yo conseguiría algo de morbo y de esa excitación psicológica que tanto me gustaba.
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