Todo fue muy rápido y visceral. Me tiró al sofá y se colocó encima mía. Empezó a pasar su pene por encima de mi camisa e incluso por mi cara. Yo lo esquivaba y canteaba la cara cada vez que me lo acercaba. De improviso, sin la menor delicadeza, empezó a desabrocharme los botones de la camisa con gran rapidez (¡qué gran diferencia con Edu y Rafa que siempre me desabrocharon las camisas poco a poco con mucho morbo fetichista!). A partir de ese momento ya todo fue desenfreno incontrolado total. Pues a gran rapidez me tocó los pechos, tanto por fuera como por dentro del sujetador, me pasó el pene por ahí, me comió las tetas con pasión hasta que, de repente, cogió mi mano de nuevo, se la colocó en el pene y me obligó a cerrar el puño para empezar a masturbarle. Yo me negué de inmediato. Eso me daba repulsión. Me recordaba eso demasiado a lo ocurrido con Rafa en mi casa meses antes. Y no iba a consentir. Me cabreé. Le empujé hasta quitármelo de encima. Me incorporé del sofá y empecé a vestirme con gran rapidez. En solo unos segundos ya estaba vestida del todo incluso hasta con el jersey. Me dirigí a la entrada del chalet a coger mi abrigo y darle a entender que ya todo se había acabado. Pero justo cuando estaba cogiendo el abrigo me cogió por detrás y restregó su pene contra mi culo. Solo susurró: “un segundo, por Dios, solo un segundo, por favor, dame un segundo”. No entendía a qué se refería pero enseguida sabría qué era lo que quería decir.
Estaba muy claro lo que pasaba. Le proporcionaba tanto placer restregar y chocar su pene empalmado contra el culo de mi vaquero que con eso le bastaba. Sentía tanto gozo con eso que no necesitaba más. Se había dado cuenta que solo con eso ya se satisfacía muchísimo sexualmente. En un principio mi primer instinto fue mandarle a la mierda y acabar de una vez por todas con esta dichosa fantasía que solo le proporcionaba placer a él. Sin embargo, David empezó, yo creo que de forma totalmente subconsciente, a acariciarme los pechos por encima del jersey, incluso a intentar sacar el cuello de mi camisa por fuera del jersey, es decir, empezó a jugar con mi ropa, a jugar fetichistamente con mis prendas. Estoy segura al 100% que él no lo hizo adrede, que fue todo de modo irracional y subconsciente, pues no tenía esa sensibilidad del morbo fetichista que sí que tenían Edu y Rafa. Por lo que de repente me empecé a sentir excitada por ello. Que jueguen siempre con mi ropa era mi talón de Aquiles, mi debilidad y mi mayor zona erógena. Y con ello empecé a excitarme. Una vez más me demostré a mi misma que a mí se me excitaba siempre intelectualmente, nunca físicamente. Y el morbo de jugar con la ropa era algo que nunca fallaba. Nunca. Por lo que bajé mis defensas. Me dejé llevar. Y le permití que siguiera restregando y chocando su inmenso pene contra mi trasero siempre y cuando siguiera al mismo tiempo jugando con mi ropa.
Y aunque siguió restregándose contra mí de ahí no pasó el juego fetichista que yo me había imaginado que podía pasar, y es que, una vez más, David me demostraba que no sabía leerme el pensamiento ni concederme en cada momento lo que necesitaba. David distaba muchísimo de ser como Edu y, no digamos ya, de Rafa en saber en todo momento qué me apetecía. Es decir, no tenía la fantasía, inspiración, imaginación y morbo suficiente para seguir jugando con mi ropa y jugar a ese morbo fetichista que tanto me descolocaba y excitaba. Solo Rafa y Edu sabían hacerlo. Y, a esas alturas de mi vida adolescente, tenía ya muy claro que jamás volvería a tener nada ni con Rafa ni con Edu, por lo que intenté seguir dándole una oportunidad a David. Pero nada, se limitó solo a desfogarse rozando su pene contra mi trasero y a acariciarme por encima del jersey. Solo eso. Nada de intentar desprender la camisa del vaquero o cosas por el estilo. Había errado completamente con David y sabía que un tío como él solo querría satisfacerse sexualmente y nada más. Y yo, lo último que necesitaba era eso, pues lo prioritario siempre era satisfacerme mentalmente y, después de eso, hacerlo ya de forma física y sexual. Pero con David eso era imposible. Por lo que le paré en secó tras un rato así y le obligué a llevarme a casa. De camino en coche a casa sabía perfectamente que lo nuestro había acabado para siempre y así se lo confirmé al llegar a mi portal. Él estaba tan atolondrado y ensimismado por su gran noche de deseo sexual medianamente satisfecho que yo creo que ni me escuchó y hasta días después no fue consciente de que se lo dije en serio.
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