Me acuerdo perfectamente cuando ocurrió ese cambio. Acababa de salir de la ducha. Me puse el albornoz y me miré en el espejo. Me contemplé en el reflejo durante unos segundos y me pregunté: “¿Qué sentido tiene seguir vistiendo en plan pija, clásica y elegante si jamás voy a conseguir a un chico que valore el factor fetichista de todo esto? ¿Qué sentido tiene el vestir así si los chicos jamás sabrán apreciarlo y saborearlo como se merece pues lo único que desean es ir directamente al grano?”. Esta reflexión me deprimió profundamente y fue la causante de que me abandonase completamente en el modo de vestir y me dejase influir por la moda de mis amigas. Me estaba traicionando a mi misma, pero estaba tan de bajón y decepcionada con todo que no me apetecía emplear ni un solo segundo es vestirme como antes y en ser la de antes. Por lo que durante muchas semanas fui la persona menos elegante del mundo y me entregué a un estilo hippy que nada tenía que ver conmigo. Afortunadamente este periodo iba a durar poco pues pronto entre Iñigo y yo iba a surgir una simbiosis asombrosa que me iba a revitalizar, ilusionarme y entusiasmarme más que nunca.
Si entre toda la gente que conocía, ya fuese en profundidad o solo superficialmente, tuviese que escoger a la persona que más sabía de moda y que más estilo y elegancia siempre ha demostrado ese es, sin duda, Iñigo. En parte influido, claro está, porque su padre está muy metido de lleno en este mundo y desde niño ha vivido rodeado de toda la fascinación que causa o puede causar las prendas de vestir. Iñigo y yo nos conocíamos desde hacía ya bastante tiempo. Yo era amiga de su novia Pilar y fue ella la que nos presentó. En cierta manera ellos dos eran la pareja perfecta, pues ambos se compenetraban muy bien y trabajaban profesionalmente en la moda desde los 16 años más o menos (en aquel momento él tenía 20 años y ella unos 18). Ambos sabían vestir muy bien, les gustaba la moda, les gustaba el mundo de las sesiones de fotos y estaban muy involucrados profesionalmente en ello, aunque, por supuesto, compaginaban su vida profesional como modelos con los estudios en el bachillerato o en la Carrera.
Si entre toda la gente que conocía, ya fuese en profundidad o solo superficialmente, tuviese que escoger a la persona que más sabía de moda y que más estilo y elegancia siempre ha demostrado ese es, sin duda, Iñigo. En parte influido, claro está, porque su padre está muy metido de lleno en este mundo y desde niño ha vivido rodeado de toda la fascinación que causa o puede causar las prendas de vestir. Iñigo y yo nos conocíamos desde hacía ya bastante tiempo. Yo era amiga de su novia Pilar y fue ella la que nos presentó. En cierta manera ellos dos eran la pareja perfecta, pues ambos se compenetraban muy bien y trabajaban profesionalmente en la moda desde los 16 años más o menos (en aquel momento él tenía 20 años y ella unos 18). Ambos sabían vestir muy bien, les gustaba la moda, les gustaba el mundo de las sesiones de fotos y estaban muy involucrados profesionalmente en ello, aunque, por supuesto, compaginaban su vida profesional como modelos con los estudios en el bachillerato o en la Carrera.
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