Mentiría si dijera que estaba tranquila cuando me puse esa ropa, porque no fue así. Me costó ponérmela. No sé. Me sentí rara y extraña. Como si no fuese mi ropa. Como si me estuviese poniendo la ropa de otra persona. Y no era así, claro, porque era ropa nueva a estrenar con las etiquetas todavía puestas, pero aún así no podía evitar sentirme un poco descolocada con esto de la ropa. La camisa azul a rayas y el pantalón negro no me costó mucho ponérmelo, pero en cambio sí que me costó el jersey gris sin mangas, pues hacía años que no me ponía ninguno y me sentía algo rara. Me tiré mucho rato mirándome al espejo una vez ya vestida. Me contemple durante un largo periodo de tiempo como intentando cogerle el punto a este estilo. En realidad no difería casi nada de mi estilo de vestir del día a día, pero el saber (y el que Iñigo supiera) que era ropa calcada a la de Scarlet Johansson en esa película me hacía ponerme nerviosa. Finalmente me obligué a no pensar más en ello y a esperar que fueran las 7 para empezar este rally fotográfico tan especial.
Al final de todo el rally fotográfico decidimos entrar en un bar a tomar algo. Iñigo empezó a hablar entusiasmado de un montón de cosas: de moda, de cine, de las fotos, de Pilar, etcétera. Su conversación era amena, alegre, desenfadada y muy natural. Se sentía muy cómodo hablando conmigo de forma espontánea y yo también me sentí muy bien a su lado. Por una parte me encantaba su aspecto físico (muy alto, ojos impresionantes, buen cuerpo), su elegancia (jamás he conocido a un chico que las camisas les queden mejor que a él y que sepa combinarlas mejor con los pantalones) y, sobre todo, su campechana personalidad, pues Iñigo podría parecer un niño pijo pero, aunque en parte lo era, lo cierto es que también era campechano, alegre, jovial y muy simpático. Sabía conectar con la gente, o al menos sabía conectar conmigo perfectamente, porque esa hora que estuvimos en ese bar me sentí muy cerca de él gracias a su empatía y su encanto personal. Tal fue su poder de seducción que no me percaté que llevaba un buen rato acariciando mi mano de forma suave. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba acariciándome así la mano, solo sé que cuando me quise dar cuenta de ello ya llevaba un buen rato así. De repente sentí pudor y vergüenza al ver como me acariciaba la mano. Me sentí violenta e incómoda, y él debió percatarse de ello pues me dijo: “Oye, ¿te parece bien que saquemos las fotos de la cámara y se las enviamos a Pilar para que las veas?”. Eso me tranquilizó mucho, y más me relajó que a continuación dijo: “Además debe estar a punto de conectarse al MSN, así se la pasamos directamente por el MSN”. Eso me calmó del todo. Que metiese a Pilar en nuestro día fotográfico, a pesar de que ella estuviese ese día en Barcelona, me confirmó que Iñigo no quería nada conmigo y fue justo lo que necesitaba para relajarme del todo.
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