El diario de Noa: Capítulo 192º

Entre las muchas cuestiones que me plantee destacaba que si al día siguiente de cortar con Pilar empezamos a salir juntos significaría que yo era la causa de que Iñigo hubiese cortado con ella. Y esto era una responsabilidad que no quería soportar. Me carcomía el alma que Pilar supiese que yo era el motivo de la ruptura. Eso me agobiaba cantidad. Me plantee decirle que debíamos aplazar lo nuestro varias semanas o incluso meses, para así alojar cualquier posible sospecha de que Iñigo había cortado con ella por mi culpa. Finalmente me dormiría a las tantas y no dejé de tener pesadillas, y al levantarme estaba aún más confundida de lo que me acosté. La ansiedad se apoderó todo el día de mí. Sabía que no estaba preparada y que necesitaba más tiempo para pensar. Por lo que llamé a Iñigo para decirle que no podía quedar esa noche y que lo posponiamos para el día siguiente a la misma hora. Así, con 24 horas más para reflexionar y calmarme conseguiría aclarar mis ideas y afrontar la mejor manera de llevar nuestra relación. De poco sirvió, pues nuevamente esa noche tardé en dormirme y volví a tener pesadillas por la ansiedad que me producía esta situación. Finalmente, de repente, pude ver claro cuál era la única solución factible a todo esto: que mantuviesemos en secreto Iñigo y yo nuestra relación y que no se enterase nadie de ello. Al fin y al cabo aportar un poco de secretismo y privacidad a lo nuestro le aportaría mucho morbo al asunto y sería lo mejor para todos, pues por una parte no haríamos daño a Pilar y por otra parte Iñigo y yo estaríamos juntos. La cuestión era ¿aceptaría Iñigo mantener una relación secreta y a escondidas conmigo o se ofendería con solo proponérselo?

Al día siguiente habíamos quedado a las 8. Debo reconocer que yo estaba risueña, alegre, emocionada y quizás hasta un poco enamorada, pues Iñigo había despertado en mí sentimientos que nadie antes había conseguido (ni tan siquiera mi obsesión por Edu a lo largo de los años). Aunque también estaba temerosa de que se ofendiera y cabreara por querer llevar esto a escondidas y en secreto (al fin y al cabo él tenía ya 20 años y era mucho más maduro que yo). Traté de no pensar en ello y me centré en solo ponerme guapa para nuestra primera cita oficial. Por lo que me pusé un jersey de cuello alto negro, con unos vaqueros azules y unas botas altas marrones. Me miré mucho al espejo antes de salir de casa. Mirarme en el espejó me relajó y calmó. Habíamos quedado en un café cerca de su casa, por lo que a las 7,30 me puse el abrigo y me dirigí hacía allí con ilusión y expectante a ver cómo reaccionaba ante mi propuesta. Y ciertamente sí que debí estar despistada aquella tarde porque no me fijé en que el clima estaba pidiendo lluvia a gritos. Y es que a los 5 minutos de salir de casa empezó a diluviar como nunca lo había hecho. Venga a llover a rabiar con furia y fuerza. Tuve que correr para meterme bajo unos portales porque pocas veces he visto llover con tanta intensidad. Diluviando con vehemencia. Poco a poco, mientras me refugiaba en los portales, intenté acceder hacía donde habíamos quedado. Pero fue inutil porque la lluvia fue más violenta que nunca. ¿Sería esto una señal de que no debía empezar ninguna relación con Iñigo?

Al final acabé llamándole al móvil para decirle que me era imposible llegar allí. Él me tranquilizó y me dijo que no me preocupara, que él pasaba a recogerme con el coche. Fue una decisión acertada, porque yo estaba chorreando agua por todas partes, y menos mal que por lo menos llevaba unas botas altas, pero eso no evitó que estuviese empapada. Al cabo de 5 minutos Iñigo pasó a recogerme en su coche. Me senté en el asiento del copiloto tratando de manchar lo menos posible, aunque era imposible porque estaba empapada y ya me tranquilicé estando calentita dentro del coche. Durante el trayecto ambos nos reímos muchos sobre el diluvio que estaba cayendo, aunque a mí se me congeló la risa al ver como metía el coche dentro de su cochera. Le pregunté: “pero, ¿no ibamos a tomar un café para charlar?”. A lo que me respondió sonriendo: “En un día como hoy, ¿estás loca?”. Salimos del coche y siguió hablando: “tranquila, mis padres no están en casa”. No es que eso me tranquilizara mucho, pues no eran sus padres los que me preocupaban, sino el estar a solas con él y sobre todo encontrar la manera de decirle lo de llevar en secreto nuestra relación.

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